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Reportaje

Paco Ferrer: superviviente de la ´carretera de la muerte´

Paco Ferrer sobrevivió a"la carretera de la muerte", la ruta costera de Málaga bombardeada por los italianos y algunos cruceros, entre ellos el Baleares, al inicio de la Guerra Civil

Ha cumplido 86 años a lomos de una poco común vitalidad. Paco Ferrer nació en Málaga en 1929, el año en el que se desmoronó la dictadura del general Miguel Primo de Rivera. Su padre, Antonio, empleado de una joyería, nunca se metió en política, era, dice su hijo, "un agnóstico en todos los sentidos". Su madre, Carmen Pérez, se encargaba de cocinar en la sede de la UGT malagueña. Paco Ferrer, afincado en Mallorca desde 1960, ha trabajado hasta la jubilación en la hostelería y, desde su legalización en 1976, es militante activo de UGT. "Mi sindicato de toda la vida", afirma. Paco guarda el recuerdo nítido de una historia, la de veinte días angustiosos, enmarcada en el mes de febrero de 1937, en los inicios de la Guerra Civil que asoló la España de la época. Lo ocurrido ha quedado impreso en su memoria. Todo. Dice que "me acuerdo con detalle de lo sucedido, del miedo de mis padres, de la gente, de lo que pasó en la carretera de Málaga, la de la costa, en la que los bombardeos de los buques de guerra italianos y también los del crucero Baleares eran constantes".

Inicia el relato reviviendo lo acaecido en la casa de sus padres, en Málaga, cuando "Mi padre -cuenta- llegó a casa diciéndole a mi madre que recogiera lo que pudiera porque nos marchábamos". Le habían dicho que en el Gobierno Civil no quedaba nadie, por lo que Antonio Ferrer decidió que lo más conveniente era hacer lo de tantos otros: dirigirse hacia Almería por la carretera de la costa, una vía de escape atestada de gente que trataba de escapar. "A mi padre le informaron que los militares bajaban desde Despeñaperros, que eran los legionarios y las tropas moras las que avanzaban, que se estaba fusilando a mucha gente", recuerda Paco, añadiendo: "enfilamos la carretera logrando llegar hasta Almuñecar, donde la familia, mis padres y los cinco hermanos, pasamos la noche, durmiendo en una fábrica de aceite".

Regreso a Málaga

Las cosas se complicaron al aparecer un grupo de falangistas que ordenaban a la gente regresar a Málaga. No les quedó más remedio que desandar lo andado; fue entonces cuando vivieron unos días dramáticos. La carretera estaba siendo batida por los buques de guerra italianos, enviados por Mussolini para ayudar a los militares golpistas. "Además cañoneaban -rememora Paco- los cruceros Almirante Cervera, el Baleares y el Canarias". Sobre la carretera empezaron a caer peñascos de los acantilados sepultando a gente y dejando malherida a mucha. "No puedo olvidarme de la imagen de una mujer con la cabeza destrozada a la que tuvimos que poner en la cuneta", detalla. Paco y su familia se echaban al suelo cada vez que se iniciaba el cañoneo. "Nos pasamos horas boca abajo, porque, además del bombardeo de los barcos, la aviación ametrallaba la carretera. Aquello era un infierno, con gente muerta, gritos y mucho heridos, sin que nadiue supiera qué era lo que se tenía que hacer". Paco Ferrer sigue destilando el recuerdo de lo sucedido: "Pasamos mucho miedo, mis hermanos y yo llorábamos constantemente, estábamos aterrados por los cañonazos".

Se decía que el cañoneo no iba dirigido contra la población, sino que se disparaba a las alturas, a los acantilados". "Así era -afirma Paco-: bombardeaban los acantilados para que se desprendieran las piedras, mataran a la gente e inutilizaran la carretera; sabían perfectamente lo que estaban haciendo. Mi padre decía que había muertos por todas partes. Se podían ver los cuerpos en la carretera, en los bordes, los cadáveres estaban por cualquier parte; no se podía recoger porque no se dejaba de bombardear y ametrallar".

Una de las cosas que, en medio de aquella hecatombe, hizo reir a toda la familia fue lo sucedido con unas lentejas. Cierta noche, Carmen, la madre, echó mano de las provisiones que guardaba y preparó unas lentejas acampando junto a la carretera, en un pequeño terreno. Las lentejas se estaban cociendo en un perolo cuando unos aviones empezaron a ametrallar toda la zona. Al pasar el peligro Carmen se extrañó del aspecto de las lentejas: estaban secas. No había caldo. Descubrió que las balas habían dejado el perolo convertido en un colador. Se salvaron por apenas unos centímetros.

De tal suerte transcurrieron más de dos largas semana, las del obligado regreso a Málaga. Paco Ferrer dice que "cada día era igual que el anterior: bombardeos constantes. Llegó un momento en el que ya nos hacíamos ningún caso de los muertos, lo único que a mis padres les preocupaba era evitar los desprendimientos, por lo que cada vez que empezaba el cañoneo procuraba ponernos a salvo en lo posible, y la verdad es que tuvimos muchísima suerte, puesto que nadie de la familia resultó herido, lo que no deja de ser sorprendente después de haber vivido veinte días en aquella carretera". "No puedo olvidarme -sigue diciendo- de las caras de la gente, de la de quienes acababan de ver cómo el padre, la madre o los hijos morían aplastados, sin que se pudiera hacer nada por auxiliarlos, y la de los que trataban de mala manera de curar a los heridos". "Solo tenía siete años, pero puedo asegurar que me acuerdo de todo", sentencia. "Aquello fue un desastre tan inmenso, que no hay forma de describirlo -exclama-: no era un acto de guerra, fue un asesinato en masa, premeditado, porque se aniquiló a miles de personas, a civiles que lo único que estaban haciendo era huir de la guerra". "Tantos años después -prosigue- sigo sin entender cómo fue posible que el enseñamiento con los civiles llegara a unos extremos tan espantosos, por lo que el nombre de carretera de la muerte la verdad es que está muy justificado: la carretera de Málaga a Almería en aquellos días sin duda fue la carretera de la muerte".

Después de múltiples peripecias, Paco y su familia consiguieron regresar a Málaga. "Al dejar atrás la carretera mis padres no podían creerse haber salido sin un rasguño; mi madre no dejaba de decir que había sido un milagro, que eran muchísimos los muertos, a lo que mi padre, apesadumbrado, muy triste, respondía que eran miles las personas que para siempre se quedaban en la carretera", rememora el hijo."Tengo la certeza de que en las cunetas de la carretera todavía hay muchas personas, por lo que se debería buscarlas para enterrarlas decentemente, son demasiados años que llevan esperando que se les haga un poco de justicia", opina.

Denuncia anónima

Al volver a su domicilio, lo hallaron intacto. "La suerte seguía sin abandonarnos -manifiesta Paco-, pero estaba a punto decambiar, puesto que a los pocos días unos falangistas se presentaron en casa para llevarse a mi padre, que estaba enfermo". Una denuncia anónima decía que Antonio Ferrer poseía una escopeta con la que disparaba a los aviones. "Una estupidez", según su hijo, pero más que suficiente para que los falangistas decidieran fusilarlo. Carmen, desesperada, no sabía qué hacer para salvar a Antonio, hasta que se le pasó por la cabeza que un vecino, con el que siempre habían mentenido una relación cordial, resultó ser falangista, condición que mantuvo oculta hasta que Málaga fue ocupada por los sublevados. Se le apodaba "Paquito el maricón", dado que se daba por hecho que era homosexual. Carmen fue a verlo, informándole de lo sucedido, de que iban a fusilar a su marido "Paquito el maricón" no perdió el tiempo: embutido en su uniforme falangista, consiguió averiguar quiénes eran los responsables de la detención y dónde estaba retenido. Llegó a tiempo, justo a tiempo: Antonio había sido conducido a un descampado junto a otros republicanos, estaba delante el pelotón de fusilamiento integrado por un grupo de falangistas.

Paquito, que al parecer disponía de bastante predicamento entre los "camisas azules", se dirigó a quien mandaba el pelotón manifestándole que Antonio Ferrer era amigo suyo y que le constaba que la denuncia era falsa, por lo que consideraba que debía acompañarlo para hacer una serie de comprobaciones. La ascendencia de "Paquito el maricón" evidentemente era de envergadura, dado que los falangistas no pusieron impedimentos a la petición de su correligionario, quien pudo llevarse a Antonio evitando su inminente asesinato. Los restantes desgraciados sí fueron fusilados sin vacilar. Paco asegura que "mi padre salvó la vida gracias a "Paquito el maricón", un vecino que no olvidó que mi familia jamás le hizo un feo, sino que siempre lo trató con afabilidad, a pesar de que era objeto de muchas burlas, pero ya no volvió a levantar cabeza". Recuerda que su madre decía que lo vivido en la carretera de Málaga y haber tenido la certeza de que iba a ser fusilado lo dejó para el arrastre.

Torturado

Lo que Paquito no pudo evitar fueron las palizas que los falangistas le propinaron antes de no poder cumplir su intención de asesinarlo. "Llegó a casa con varias costillas rotas y un pulmón perforado, no volvió a salir y murió al finalizar la guerra", cuenta su hijo. "Mi padre vivió el final de su vida envuelto en una gran tristeza, era consciente del desastre que se estaba viviendo, casi no hablaba, la verdad es que la guerra acabó con él", afirma.

Paco comenta que cuando observa en televisión lo que hoy sucede en Siria, con miles y miles de personas tratando de huir de la guerra, de inmediato le viene a la memoria lo que le tocó vivir en la carretera de Málaga en 1937. "A esa pobre gente le está ocurriendo lo mismo que nos pasó a nosotros, están padeciendo las mismas desgracias, y nadie hace nada efectivo por impedirlo". "Estuvimos unos viente días en aquella maldita carretera -dice- y ellos, por lo que se sabe, están padeciendo todas las calamidades posibles durante meses e incluso años; la verdad es que no soy capaz de entender cómo los europeos o los norteamericanos no les ayudan". "Se está repitiendo lo que pasó en España en 1936, cuando la República no recibió la ayuda que necesitaba", asegura.

Paco Ferrer retoma el hilo de sus recuerdos, explica que la carretera de Málaga a Almería estaba en aquellos días tan "atestada de gente que prácticamente no nos podíamos mover". "Lo he dicho y lo reitero -añade-: estoy seguro que todavía hoy hay mucha gente sepultada en las cunetas". A Paco le cuesta Dios y ayuda volver a pasar por la "carretera de la muerte". "Cada vez que he ido a Málaga y he visitado la carretera me viene a la cabeza lo que viví, lo que pude ver, oigo los gritos, las órdenes, la voz de mi padre y de mi madre y también me acuerdo de las voces de los heridos; sobre todo, me queda el recuerdo de personas mayores, de hombres y mujeres, llorando sin parar, llevando en su brazos a sus muertos; todo eso no se me ha olvidado y no se me olvidará en los años que me quedan de vida", asegura, levantando el tono de voz.

¿Qué se ha de hacer con el monumento al crucero Baleares de Sa Faixina? "Cuando lo veo, se me pone la piel de gallina, me hace recordar con más fuerza lo que sucedió, son unas piedras que le están diciendo a la gente que todavía se la vigila, y por ello el monumento acaba en un faro, para que todos nos enteremos de que se nos vigila".

Paco Ferrer comenta que le dijo a la alcaldesa Aina Calvo que era necesario quitarlo, "pero parece que ARCA se le echó encima acobardándola. "No tuvo la valentía suficiente para hacer lo correcto", manifiesta, diciendo que vuelve a tener la esperanza de que el actualConsistorio de Palma haga lo que corresponde y lo elimine en un breve plazo de tiempo.

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