Diario de Mallorca

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Desde Inglaterra

Marlow

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Escribo estas líneas no desde Reading, sino desde Mallorca, donde he venido a pasar las vacaciones, a casa, con la familia y los amigos, disfrutando del sol y del calor que inunda la isla, y que tanto se echa de menos cuando se vive en un país donde en verano hay que dormir con el edredón nórdico (y no es ironía). Tras los dos veranos enteros que me pasé en Salisbury trabajando en un restaurante de comida rápida, apenas con una semana de vacaciones en septiembre, este año por fin puedo gozar de un prolongado descanso estival, al trabajar en el mundo educativo. Aunque no tan largo como si trabajase aquí: en Inglaterra las vacaciones de verano duran seis semanas. Empiezan a finales de julio y la vuelta al cole es a principios de septiembre."Así tendría que ser aquí!", puede que piensen algunos de ustedes. Bien, lo entiendo si son padres y ya no saben qué hacer con sus hijos en verano, pero antes deben saber que durante el curso, a mitad de cada trimestre, hay una semana de vacaciones, llamada half-term holidays. Una entre septiembre y Navidad, otra entre Navidad y Semana Santa, y otra entre Semana Santa y julio. Así que los niños españoles e ingleses, al cabo del año, tienen más o menos los mismos días de vacaciones.

Este curso escolar que acaba de terminar ha sido mi primero como teaching assistant (ayudante de profesor) aquí en Inglaterra. Tras empezar haciendo sustituciones en colegios de educación especial, desde el pasado mes de diciembre he estado trabajando sin interrupción en el mismo colegio de primaria, no en Reading, sino en Marlow, un pequeño pueblo bañado por las aguas del Támesis, con un precioso puente de la época de la Revolución Industrial, y que tiene fama de ser un pueblo pijo, o como se dice en Inglaterra, posh. No sé si los marlowianos son posh o no, ya que no creo demasiado en estos clichés, pero lo que si sé, por comentarios de un amigo inglés que trabaja allí, es que una casa de similares características cuesta el doble en Marlow que en Reading.

Pero dejemos de lado el mercado inmobiliario inglés y centrémonos en el colegio. No ha sido un curso fácil. Previamente a mi llegada hubo una visita de la inspección educativa al colegio, llamada Ofsted. Como resultado, el director fue cesado y el colegio calificado como inadecuado y puesto bajo "medidas especiales". Como pueden imaginar tales hechos dejaron en el colegio una atmósfera un tanto enrarecida, que noté nada más llegar, aunque nadie me lo había mencionado anteriormente. En la clase en la que me colocaron las cosas no estaban mucho mejor: la profesora dejó su puesto en Navidad, y encontrar a otra para el resto del curso fue, para las dos nuevas directoras interinas, una tarea casi homérica: tras enero y febrero trabajando con profesores sustitutos (tantos que ni los recuerdo a todos), por fin en marzo encontramos a una profesora fija, o mejor dicho, a dos: una de lunes a miércoles y otra los jueves y viernes. Estabilidad, al fin, aunque no sea difícil intuir que los padres de los niños no opinasen lo mismo y optasen por cambiarlos a otros colegios de la zona. De los 30 niños que había en clase cuando empecé en diciembre, en julio quedaban 15. Para echar más leña al fuego, Ofsted decidió obsequiarnos con dos inspecciones más, en febrero y en mayo, que venían hasta anunciadas en la prensa local, añadiendo así más presión a un claustro de profesores que era una olla de caragols.

Pero echando la vista atrás, no puedo decir que haber trabajando en ese colegio ha sido una experiencia negativa, ni mucho menos. Me llevo lo más importante que puede llevarse un docente, el cariño y aprecio de los niños. El último día de clase, a la hora de la despedida, vinieron todos a abrazarme, y recibí tantos regalos que puede decirse que ya tengo cesta de Navidad. Eso es mucho más gratificante que lo que diga cualquier inspección. Salut i forca!

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