Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Campins: una saga de sastres internacional

Miguel y Juan Campins son los herederos de Bernardo Campins, a lo largo de varias décadas uno de los sastres más reconocidos de Palma - Su oficio es una especie a extinguir.

En 1945, Mallorca, al igual que toda España, vivía sumida en una dolorosa posguerra, marcada por privaciones de cualquier índole. Era el año en el que finalizó la Segunda Guerra Mundial. La España de Franco estaba aislada. El turismo todavía no había hecho saltar por los aires un sistema económico renqueante. Con este panorama, Bernardo campión, un hombre emprendedor, decidió abrir, en compañía de un socio del que se separó apenas un año después, una sastrería. Fueron unos tiempos en los que el oficio estuvo en boga. Sastres había muchos, casi "uno en cada edificio de Palma", recuerda el hijo de Bernardo, Miguel. Bernardo y su socio, crearon una empresa denominada "berro" (las iniciales de sus dos nombres). Al independizarse, Bernardo se instaló en uno de los primeros edificios levantados en la avenida de Alejandro rostrillo. Entonces era el extrarradio de Palma. Allí vivía y trabajaba. La vivienda dispone de una historia propia, puesto que había pertenecido a un tal Magín Marqués, un empresario dedicado, según se decía, al contrabando, al que Juan marcha neutralizó porque le hacía la competencia. La vivienda, de más de trescientos metros cuadrados, disponía de puertas falsas e incluso de una trampilla, perfectamente disimulada en la despensa, para ocultar material. Gracias a los contactos que Magín Marqués tenía establecidos, en la vivienda se disponía de un calentador de gas, algo absolutamente insólito en aquellos años de penurias. Allí Bernardo empezó a hacerse con una amplia clientela.

Miguel campión, hijo mayor de Bernardo, es quien hoy, setenta años más tarde, está al frente de la tienda-sastrería, ubicada en la calle Pelaires. Junto a su hermano Juan regenta el negocio, que sigue conservando la patina de ser una de las más reconocidas sastrerías de Mallorca. Miguel afirma que posiblemente son los "últimos" sastres que quedan en Palma. Reacio a admitir que la firma campión es conocida y solicitada en España y en Europa, especialmente en Londres, donde residen varios de sus clientes, recuerda que su padre era un "gran relaciones públicas", lo que le posibilitó conseguir en poco tiempo una clientela variopinta. Cuando se inició en el oficio, las disponibilidades económicas de la inmensa mayoría eran sumamente precarias.

Relaciones públicas

La posguerra, que se prolongaría hasta bien entrada la década de los cincuenta, no daba para ninguna alegría. Así que tuvo que ingeniárselas, y lo hizo acudiendo regularmente a las principales cafeterías de Ciutat: Triquet, Cristal, Bosch, para establecer contactos y poner en marcha su idea de vender cupones con sorteo incluido. La iniciativa consistía en que quienes iban a ser sus clientes adquirían los cupones, "la iguala", pagando una cantidad cada mes, lo que posibilitaba entrar en un sorteo. Quien ganaba tenía un traje; al tiempo, los cupones daban derecho, al llegar a una determinada cantidad, a que se le confeccionara el traje correspondiente. La aceptación fue tanta que los cupones duraron hasta 1970, cinco años antes de la prematura muerte de Bernardo, a los 55 años.

Miguel recuerda que su padre trabajaba en la cocina de la vivienda familiar, la que había pertenecido a Magín Marqués, con el fogoncillo permanentemente encendido. La razón de que no se apagara, estribaba en que GESA tenía la potestad de cortar el suministro eléctrico sin avisar. Los cortes, "la pana", eran en aquellos años habituales. Así que lo mejor que se podía hacer era ser previsor. Fue un maestro del gremio, Raimundo Sastre, quien enseñó el oficio a Bernardo, quien definía a Raimundo como "genio". "En Palma había algunos sastres -cuenta Miguel- que básicamente se encargaban de vestir a los "botifarres", la mayoría de ellos sin un duro. Este Bernardo Reus, "un artista consumado a la hora de diseñar un traje", era juerguista empedernido, a quien, la verdad, trabajar le interesaba muy poco. Lo suyo era una buena noche y madrugada de farra. Murió inopinadamente una de aquellas madrugadas, hacia las seis de la mañana, al regresar de la que resultó ser la última de sus juergas. Fue por aquel entonces cuando los "botifarres", algunos de los cuales habían conseguido salir de pobres al vender los terrenos que habían heredado junto a la costa, empezaron a acudir a la sastrería de Bernardo. Campins estaba haciéndose un nombre. Era ya un sastre cotizado. A pesar de ello seguía atendiendo a todo el mundo. Confeccionaba trajes para militares o taxistas indistintamente. Se hacía de todo. El negocio prosperaba. Bernardo aprovechaba las ocasiones para adquirir más y más prestigio, que era lo que posibilitaba que la clientela tuviera progresivamente mayor capacidad económica.

La década de los sesenta es el momento en el que Bernardo campión cruza la frontera a partir de la que se convierte en el profesional más reconocido de Palma. Miguel asegura que en 1967 su padre es ya definitivamente el hombre a quien acuden personalidades conocidas. No quiere dar nombres concretos, salvo el de los artistas que recalaban en Mallorca: Michael Caine, Errol Flynn, Anthony Quinn. Cuando se rodó en Mallorca "El mago", buena parte de los actores acabaron por hacerse sus respectivos trajes en la sastrería de Bernardo. "Todo era manual -asegura Miguel- por lo que confeccionar un traje consumía 40 horas de mano de obra", añadiendo con énfasis que "el trabajo sigue siendo manual, siempre manual; artesanía desde el principio hasta el final". Miguel campión comenta que ha viajado a Londres para tomar medidas y hacerle un traje "a un cliente nuestro que pertenece a la casa real británica".

En la década de los sesenta todavía eran numerosos los sastres que mantenían abiertos sus negocios, pero ya empezaba a hacerse perceptible el declive. "Fueron cerrando progresivamente, hasta que, al final, solo hemos quedado nosotros", precisa Miguel, ironizando con que "y solo nos quedan tres trajes", lamentándose de que el oficio está a punto de extinguirse. Retorna al pasado para contar que su padre primero y ellos después han pertenecido al club de los aproximadamente 25 sastres más reconocidos de España. Su denominación era la de Club de Sastres de España. Bernardo fue socio hasta su muerte y sus hijos reingresaron en el club. "Era una organización muy selecta, al club no podía acceder cualquiera, dado que la criba era muy rigurosa", afirma. Al preguntarle a qué se debe que el oficio de sastre esté desapareciendo dice que "ahora todo el mundo se compra los trajes hechos, lo que hace que el trabajo haya disminuido muchísimo y ya no sea rentable mantener abierta una sastrería".

Los tres hijos de Bernardo campión: Miguel, Juan y Bernardo, éste físicamente muy parecido al padre, en la actualidad al margen del negocio familiar, aunque no duda en ejercer de relaciones públicas del mismo, heredaron una sastrería que en 1975 estaba ubicada en la calle Jovellanos. Después pasaría nuevamente a la avenida de Alejandro rostrillo. Miguel comenta que la mayoría de sus actuales clientes, aproximadamente el 80 por ciento, son mallorquines, aunque no pocos de ellos tienen la particularidad de vivir en el extranjero. Londres es la ciudad de residencia de al menos cinco de ellos, todos reconocidos economistas que trabajan en entidades financieras. Miguel, fiel a su norma, que considera fundamental para el negocio, no da sus nombres. Eso sí, no se resiste a relatar una anécdota protagonizada por uno de ellos: Cierto día, otro profesional, inglés, sorprendido de la calidad del traje que llevaba, de las hechuras del mismo, le preguntó dónde se lo habían hecho. Al responderle que en una sastrería de Palma denominada campión, se echó a reir diciéndole que en Mallorca solo había "playas y palmeras". Costó trabajo convencerle de lo contrario, de que efectivamente en Palma había una sastrería en la que los trajes hechos a mano eran reconocidos.

En este punto, Miguel introduce una matización que considera fundamental, básica: "un traje a medida no es un traje hecho a mano", dice, precisando que un traje hecho a mano es lo que en inglés se denomina un "bespoke", un traje en el que el cliente elije personalmente cada parte del mismo, desde la tela hasta el último detalle". "Naturalmente, se trata de un producto que no está al alcance de todos los bolsillos", recalca. Un traje de esas características puede adquirirse invirtiendo unos mil quinientos euros. Miguel campión está satisfecho, y lo demuestra, de haber mantenido plenamente el prestigio y la calidad del padre. Recuerda que cuando los Buadas adquirieron el hotel Formentor, en los años sesenta, tuvieron que desplazar varios meses a tres empleados de la sastrería para que confeccionaran los uniformes del personal. "También algunos banqueros alemanes vienen aquí a hacerse los trajes", comenta casi de pasada. Otro de los prestigiosos clientes de la sastrería fue el barón d´Urvater, uno de los principales coleccionistas de arte del mundo. El barón, de corta estatura, de apenas un metro sesenta, quería llevar siempre trajes perfectos, hechos a mano, en los que no faltara ningún detalle. Era un fijo de la sastrería. El barón llegó a poseer una de las colecciones privadas de pinturas y esculturas más completas del planeta. Cuando recalaba en Palma, lo que sucedía a menudo, de inmediato acudía a la sastrería para hacerse un traje a mano. Era un exquisito en el vestir, en consonancia con su amor por el arte.

Tijeras forjadas a mano

Miguel exhibe un par de enormes tijeras, forjadas a mano; fueron las primeras que su padre utilizó cuando abrió la sastrería. Con esas tijeras cortaba las telas. ""Las forjaron a mano en Francia -cuenta- y están en perfecto estado, por lo que las sigo utilizando". "Unas buenas tijeras -prosigue- son muy importantes, porque, aunque no lo parezca, cortar la tela requiere de un técnica especial, no se puede utilizar una tijera cualquiera". En la actual tienda-sastrería pueden verse las viejas planchas y una máquina de coser de principios del pasado siglo. A pesar de tener más de cien años todavía puede ser utlizada. Miguel comenta que hoy en día las cosas han cambiado tanto que se ha hecho imprescindible compaginar la sastrería con la tienda, lo que hace que en el local de Pelaires estén expuestas camisas, pantalones, americanas, corbatas y hasta calzado. "Una y otra actividad no son incompatibles", dice, señalando que "la venta de esos productos y la confección de los trajes son parte del negocio, que es lo que demandan los nuevos tiempos".

Fue en el primer año del actual siglo cuando la sastrería campión se instaló donde hoy se encuentra. Bernardo campión ya no estaba, pero los dos hijos, Miguel y Juan, conservaron la clientela heredada. "Los clientes -comenta Miguel-­ siguieron viendo, tanto los más antiguos como los nuevos". "El nombre campión -afirma- estaba ya plenamente consolidado, era conocido por todos y tenía mucho prestigio, por lo que, a pesar de la desaparición de mi padre el negocio pudo mantenerse y prosperar, y eso a pesar de que paulatinamente estaban desapareciendo muchas sastrerías, hasta que, al final, como he dicho, únicamente hemos quedado nosotros".

El sastre artesano se extingue en Mallorca, pero no parece suceder lo mismo en Londres, donde siguen siendo unos profesionales muy apreciados. Al planteárselo a Miguel éste dice que "es un hecho de que casi todo el mundo opta por comprarse hecha la ropa, también los trajes, lo que no significa que no siga existiendo un cierto mercado para el traje hecho a mano, que, insisto, no es un traje hecho a medida, sino algo muy diferente". "Un traje hecho a mano -enfatiza- es un trabajo de artesanía, en el que hay que ir paso a paso, detenerse en cada detalle, estar atentos a las peticiones del cliente y ejecutarlas a su entera satisfacción, todo lo cual requiere dedicarle muchas horas, las necesarias para que, al final, la obra artesana sea la que se ha solicitado; todo ello evidentemente encarece el producto, hace que se necesite un poder adquisitivo alto para poder costeárselo".

Miguel y Juan son la segunda generación del negocio familiar creado por Bernardo campión en unos años dificilísimos, en los que la subsistencia se obtenía bregando a diario con múltiples dificultades, como Miguel recuerda que tuvo que hacer su padre. "Dispuso un gran olfato para saber lo que había que hacer, cómo conseguir una clientela que muchas veces no disponía del dinero suficiente para hacerse un simple traje en unos años en los que todavía no había hecho acto de presencia la ropa confeccionada". "Mi padre -concluye- fue capaz de desenvolverse en este mundo y, lo que todavía tiene mayor mérito, lograr que la gente sintiera que podía tener acceso a tener un traje, aunque fuera pagándolo a plazos, que es lo que se consiguió con los cupones, una de sus mejores ideas".

Compartir el artículo

stats