El único artículo periodístico imprescindible en la prensa dominical del mundo entero es la crítica de coches que Jeremy Clarkson firma en el Sunday Times. Automovilísticamente incorrecto, zahiere sin contemplaciones a los gigantes del sector. Se burla de los aburridos ingenieros alemanes, de la escasa fiabilidad italiana o de la insipidez japonesa. Su sinceridad rebosante de humor rabioso y su independencia subjetiva capturan la atención del lector, lo sumergen a empellones en la industria de las cuatro ruedas.
Fallecido el director cinematográfico Michael Winner, que fustigaba la prosopopeya de los restaurantes sin tener ni idea de cocina, Clarkson defendía el último bastión del gamberrismo periodístico a escala gigante. Sus crónicas para Rupert Murdoch eran el brazo escrito de su programa de motor Top Gear, que le convertía en la estrella mejor pagada de la BBC. La televisión británica ha decidido retirar el espacio de su privilegiada casilla de los domingos por la noche, después de que su presentador pegara a un productor por un error de catering. Puro Clarkson.
La televisión mundial puede desaparecer mañana mismo en lo que me concierne, no entiendo muy bien el valor de una noticia leída por Matías Prats. Desde aquí solo reivindico la permanencia de las columnas vitriólicas de Clarkson. Millones de lectores en todo el mundo necesitamos su insoportable cosmovisión, cientos de miles suscribieron su inmediata reincorporación a la BBC. Aplaudimos su enfoque snob, xenófobo, ofensivo, desdeñoso con las clases populares, antes misántropo que homófobo o misógino. Inglés, en suma. Periodístico, si es necesaria una segunda opinión.
Si hemos de pedir perdón, la desvergüenza de Clarkson constituye la mejor aproximación sociológica a la civilización del automóvil. Se erige además en la primera diana de su propia fiereza. Al ser erradicado por la BBC, escribió un tuit disculpándose ante el líder laborista Ed Milliband, por haber oscurecido un manifiesto del jefe de la oposición que coincidió con la cancelación de Top Gear.
Los tigres devoran a seres humanos, pero necesitamos a los tigres para preservar una mínima diversidad ante los hombres de traje gris. Ni contigo ni sin ti, Clarkson simboliza el salvajismo suplantado crecientemente por un periodismo que llama al pan pan y vino. Los depredadores equilibran a los columnistas dóciles que aciertan siempre con la tibieza idónea, y a quienes nadie quiere leer.
