Los repetidos cortes de suministro eléctrico a los inquilinos de su casa en Cala Major fueron la antesala de una escalada mucho más violenta. La tarde del pasado jueves, aprovechando que la arrendataria se encontraba sola, la casera y una familiar irrumpieron en su casa y se abalanzaron sobre ella. Luego otros dos hombres se sumaron a la agresión. Solo la providencial llegada de agentes de la Policía Nacional, al sorprenderlos 'in fraganti', logró interrumpir el salvaje ataque. Los cuatro agresores fueron detenidos.

"Sentía que estaba a punto de morirme y me desmayé como cuando tienes una bajada de azúcar". De esta gráfica manera describía Gyulshen, búlgara de 33 años, el delirante acoso inmobiliario que padeció a manos de sus caseros, al que no acierta a encontrar explicación.

Tanto Gyulshen, representada por el abogado Eduardo Luna, como su marido, León, insisten en que estaban al corriente de pago de los 14 meses que han estado residiendo en este inmueble de la calle Anglada Camarasa. "Solo queríamos que nos diesen una copia del contrato para empadronarnos y los recibos de la luz", subrayan.

Ellos seguran que han abonado todo: 500 euros del alquiler y 200 en concepto de electricidad, "que nos mostraban anotado en un cuaderno".

El pasado 17 de enero, a las dos de la tarde, Gyulshen y León sufrieron el primer corte de suministro eléctrico y de agua a manos de sus caseros. "Acabábamos de pagar los recibos y nos lo cortaron. También amenazaron a mi madre y a mi hermana en Bulgaria a través de las redes sociales", abundó ayer la víctima.

El pasado jueves sufrió un nuevo corte de suministro y Gyulshen llamó a su marido. Este, a su vez, telefoneó a la Policía para denunciar las coacciones. Sobre las cuatro y media, los caseros irrumpieron en la casa. "Me taparon la nariz y la boca mientras me estrangulaban. Noté un dolor horrible en los dedos gordos de los pies", subrayó.

Amenazas de muerte

Las agresiones las alternaron con continuas amenazas de muerte. "Aquí te mueres y no sales viva", espetaron supuestamente durante la sesión de tortura. "Tenemos diez personas y una pala para matarte y enterrarte y una pistola de nueve milímetros", prosiguieron.

"Me querían matar. Me dijeron que me golpearían para que ese fuese el último golpe", explicó Gyulshen. Como buenamente pudo, la víctima gritó "socorro" y cerraron la puerta.

Cuando parecía que ese podía ser su fin, la inquilina oyó unas palabras que sonaron celestiales mientras aporreaban la puerta. "¡Abran a la Policía!". Poco tiempo después sus cuatro caseros y presuntos agresores estaban detenidos.