Lo que tenía que ser una viaje de placer de poco más de tres días a Amsterdam, se convirtió en una semana por culpa del temporal de nieve que cubrió de blanco el centro y el norte de Europa. El aeropuerto de Schiphol se convirtió en la tarde del domingo 10 de diciembre en el centro del caos. Se veía venir. Por la mañana empezó a nevar y no paró hasta el martes. La llegada al aeropuerto fue como sumergirse en una ciudad fantasma. Eran las cuatro de la tarde y parecía las diez de la noche. Noche oscura. Entre la nieve y la niebla no se divisaban los aviones desde la terminal.

Nos temíamos lo peor, pese a que el vuelo HV 5691 con destino a Palma era uno de los pocos entre cientos que no aparecía en las pantallas con el temido 'cancelado'. La esperanza, dicen, es lo último que se pierde. En uno de los bares del aeropuerto, muchos mallorquines esperaban noticias, como si fuera la nota de un examen. Tras más de dos horas, todos suspendimos. El fatídico 'cancelled' apareció en el luminoso.

Empezó una carrera desesperada a la oficina de Transavia por los interminables pasillos del aeropuerto. Ni los propios empleados se aclaraban por dónde guiarte. "Todo recto y luego a la derecha", explicaba uno; "todo recto y a la izquierda", decía otro, para desesperación de todos. Al final, todavía no se sabe cómo, llegamos al destino. Y el paisaje fue desolador. Una cola kilométrica, posiblemente formada por más de quinientas personas, esperaban a que se les encontrara una solución a sus problemas.

Rostros desencajados, algunos de preocupación, más de uno con lágrimas en los ojos por no saber dónde pasar la noche. A medida que pasaban los minutos, los primeros de la cola, los más afortunados, aunque solo fuera porque no tuvieron que esperar inútilmente, iban transmitiendo las noticias que llegaban de las dos empleadas que atendían como podían a los cientos de pasajeros afectados. Y no podían ser peores. Como muy pronto, el primer vuelo a España estaba fijado para el jueves 14. Antes, imposible porque las previsiones meteorológicas eran que continuaba el temporal de nieve, como así fue.

Margalida, de Montuïri, que como la inmensa mayoría se desplazó a Amsterdam para pasar el puente de la Inmaculada, no pudo evitar las lágrimas. "No sé qué hacer. No tengo dinero para pasar tres días más aquí", comentaba entre desesperada e indignada con la compañía por la ausencia de soluciones. Joana, de Maò, se lo tomó con más calma, aunque no daba crédito a lo que estaba viviendo. "Lo que no entiendo es por qué algunos vuelos sí parten y la mayoría no", se preguntaba. Una japonesa, en compañía de su hijo, de unos seis años, explicaba, a punto de caerle la lágrima, que hacía escala en Amsterdam para dirigirse a Málaga. Con las maletas facturadas. No sabía dónde ir ni qué hacer. Y más cuando a las siete de la tarde la oficina echó el cierre con dos policías ante la puerta para evitar posibles incidentes de unos pasajeros indignados.

Con la oficina cerrada, la cola se fue deshaciendo. Pero no del todo. Fueron muchos los que decidieron pasar la noche en fila para no perder el sitio y ser atendidos a partir de las seis de la mañana. Otros pasaron la noche, y las siguientes, en las camillas habilitadas en una sala del recinto aeroportuario. Ni en sus peores sueños podían imaginar que vivirían una experiencia semejante.

El que escribe decidió jugársela y trasladarse, con la nieve sin dejar de dar tregua, al hotel donde había pernoctado los últimos tres días. El infierno de Schiphol quedaba momentáneamente atrás. En el hotel nos percatamos de inmediato de los nefastos efectos de las cancelaciones. Un grupo de siete italianos -Amsterdam parecía Roma durante el fin de semana- reservaban habitaciones. Mientras, otro grupo de ocho personas, ahora de españoles, hospedados, bajaban por las escaleras. La recepción, diminuta, parecía el camarote de los hermanos Marx. Nos temíamos lo peor. Pero recibimos la única buena noticia en horas. Quedaba una habitación. Era nuestra. Y ya no la soltaríamos hasta el jueves 14, día del regreso.

Enésimo contratiempo

A la mañana siguiente llamamos a un 902. Al otro lado del teléfono una persona atendía amablemente. Pero el jueves nos dimos cuenta que no eficientemente. Nos dijo que el primer vuelo era el jueves a las siete de la mañana a Barcelona. A Palma, Transavia no volaba hasta el domingo 17, ayer. Tras cerrar el vuelo a Barcelona, abonado por la compañía, compramos otro desde la capital catalana a Palma. Y llegó el jueves. Y en la pantalla, a las siete de la mañana, vemos un vuelo hacia Barcelona, el nuestro, ¡y otro a Palma! de Transavia. Había tiempo para intentar meternos en el avión con destino a Mallorca. El aparato estaba lleno pero nos aconsejaron que esperáramos hasta el último momento por si se producía alguna baja. Bingo. Conseguimos meternos y, ahora sí, dejar atrás una pequeña pesadilla. La nieve y el frío de Amsterdam se transformó en sol y temperatura agradable al poner pie en Mallorca. La rutina, bendita rutina, volvía a nuestras vidas.