"¡Me habéis salvado la vida. Me iba a suicidar!". Con estas palabras, un suicida de 37 años agradeció a dos policías su actuación que le había hecho recapacitar cuando pretendía acabar con su vida conectando una manguera al tubo de escape del coche para introducirla en el habitáculo del vehículo, estacionado en una calle apartada de Palma. Previamente, el hombre les había recriminado su presencia con la que se había visto forzado a abortar sus planes. "¡Por qué teníais que aparecer!", espetó.

La acción humanitaria ocurrió sobre las ocho y cuarto de la tarde del jueves. Dos agentes del Grupo Operativo de Respuesta (GOR) de la Policía Nacional, Rubén Peña y Alberto Palmer, patrullaban en un coche camuflado a la altura del número 15 del passatge Marratxí, junto al Torrent Gros. Se trata de un lugar apartado donde algunos toxicómanos lo eligen para inyectarse su dosis y hay algunos episodios de delincuencia.

Sin embargo, los policías repararon en el extraño comportamiento de una persona que se revolvía en el interior del vehículo, mientras manipulaba una manguera y le colocaba cinta de embalar. "En un principio pensábamos que se trataba de un trabajador, pero notamos su comportamiento especialmente raro", subrayan.

Cuando los policías le preguntaron a este persona si se encontraba bien, su comportamiento fue más raro aún. Su actitud era triste y bastante extraña. En primer término criticó a los agentes que se hubieran personado. "¡Por qué habéis tenido que aparecer!", les recriminó.

Tras formularle una batería de preguntas, los agentes consiguieron desarbolar al suicida hasta que sacó a la luz sus verdaderas intenciones. "Se quedó sin palabras y empezó a llorar", indicó Rubén Peña. Cuando su compañero abrió la puerta del copiloto, las dudas se disiparon por completo y todo quedó a las claras. "Había cinco pastillas de Diazepan y una carta de despedida", explicó ayer Alberto Palmer.

Abrazos a los agentes

Al parecer, el mismo jueves le habían echado del trabajo y su pareja había decidido poner fin a la relación. También tenía deudas contraídas por su afición a las máquinas tragaperras y sus coqueteos con las drogas. Su mundo se había derrumbado por completo.

Los agentes repasaron la carta de despedida para confirmar este extremo. En primer lugar, la misiva iba dirigida a la Policía para dejar meridianamente claro que él iba a poner fin a su vida. Entre los teléfonos de contacto que había apuntado se encontraba el de su hermano mayor, que no tardó en personarse en el lugar.

Durante largo tiempo, el suicida había buscado el lugar que consideraba más propicio para quitarse la vida. Ahora, recapacitó de sopetón y abrazó fuertemente a los dos policías que le acababan de salvar. Otro tanto hizo el primogénito de la víctima en cuanto llegó al lugar. "Es lo más relevante que he hecho en mi carrera profesional", reconoce Rubén Peña.