La Audiencia de Palma ha condenado a 36 años y nueve meses de prisión al asesino de es Fortí. El tribunal de la sección primera ha sido contundente y ha impuesto la pena máxima por asesinato a Miguel Antonio R.P., español de 24 años, por matar a su vecina, Esperanza Ferrutxe Frau, de 45 años, robarle y pegar fuego a su casa en la ciudad en la madrugada del 23 de diciembre de 2015. El crimen de es Fortí conmocionó a la isla en las Navidades de 2015 al ser la víctima una persona muy querida y apreciada en el barrio.

La sala ha considerado al acusado autor responsable de un delito de asesinato, otro de robo con violencia e incendio. Las magistradas han apreciado en el crimen tres agravantes -alevosía, ensañamiento y aprovechamiento de circunstancias de lugar, tiempo y auxilio de otras personas- y una atenuante por haber actuado el joven afectado por el consumo del alcohol y medicamentos. La sentencia, que aún no es firme, fija una indemnización para los dos hermanos de la fallecida de 50.000 euros para cada uno.

El tribunal destaca "la brutalidad de la violencia empleada" por el sospechoso, quien era perfectamente consciente de lo que hacía y no hizo nada para evitar la problemática de consumo de drogas y alcohol que tenía, unida a su perfil personal, ya que fue condenado anteriormente por conductas violentas. Así, la sentencia recalca que se trató de un crimen en el que el joven buscó la facilidad comisiva y la impunidad, ya que se dirigió a una persona "que tenía con él un trato amable de vecindad siendo por ello merecedor del máximo reproche penal".

La sala aprecia la agravante de ensañamiento debido a que el asesino causó un gran dolor a la mujer de forma deliberada: "Teniendo en cuenta que el acusado desde el inicio de su acción tuvo a la víctima a su merced, privada de toda ayuda ajena, fue necesariamente consciente de que no era necesario seguir causándole lesiones pese a lo cual, persistió en la decisión de producir el dolor a la víctima y seguir golpeándola". Además, el tribunal detalla que la repetición de los golpes que le dio en una zona tan sensible como el rostro, antes de matarla, y la forma que fueron proferidos unos sobre otros y una vez que la mujer tras el primer ataque ya se encontraba reducida, "sin duda son calificables de inhumanos".

La perjudicada fue agredida de forma rápida, fulminante e inesperada, por lo que no tuvo opción de defenderse y el asesino fue en todo momento consciente de ello.

De madrugada

Según se declara probado en la sentencia, en la madrugada del 23 de diciembre de 2015, Miguel Antonio R.P., condenado con anterioridad por lesiones, violencia sobre la mujer y resistencia a la autoridad, llamó a la puerta de su vecina, Esperanza Ferrutxe, a la que conocía desde niño, sabiendo que esta solía guardar dinero en su casa, ubicada en una planta baja en la calle Port de Cariño, en el barrio de es Fortí de Palma. El joven conocía la ubicación de su domicilio, próximo a la puerta de entrada al edificio, alejado de las viviendas de los pisos superiores, en uno de los cuales vivían sus abuelos y sus tíos, y también conocía la distribución interior del inmueble. Sabiendo que Esperanza estaría sola en casa, la cogería desprevenida y le abriría la puerta sin desconfiar de él, nada más franquearle el acceso, de forma inmediata y en el propio recibidor comenzó a golpearla repetidamente en la cara con la intención de que le entregara alguna cantidad de dinero u objeto e valor. La mujer no pudo reaccionar, sufrió la rotura del tabique nasal, lo que le causó gran dolor, abundante sangrado y la dejó aturdida.

Acto seguido, el asesino la trasladó al interior de la vivienda donde siguió golpeándola con fuerza en el rostro con los puños o con un objeto contundente y un arma de filo. Le causó múltiples lesiones en el rostro y un gran dolor y, pese a ser consciente de ello, siguió agrediéndola. Al final, con la intención de consumar la muerte, presionó con su mano la boca, le tapó completamente la cavidad oral, al tiempo que la asió por el cuello con su brazo desde la espalda. La apretó con fuerza y la mató estrangulándola.

A continuación, registró la casa y se hizo con dinero, un reloj y una pulsera. Luego, con la intención de ocultar pruebas, arrastró el cadáver hasta su dormitorio y prendió fuego al colchón. Esparció licor y abrió las espitas del gas de la cocina de la planta inferior para que el fuego se propagara más rápidamente, pese a que sabía que en la finca había tres viviendas más ocupadas y que había peligro para los vecinos. El incendio carbonizó parte del cuerpo de la víctima, quemó el colchón y otros efectos, si bien no se magnificó por la falta de oxígeno.

El acusado padece un trastorno de déficit de atención e hiperactividad y presenta un problema de consumo abusivo de alcohol y cocaína. La noche del crimen tomó alcohol, que mezclado con su medicación, afectó a su capacidad volitiva relajando sus frenos inhibitorios, pero fue consciente.