Un hombre perdió su tarjeta de crédito y esta acabó, sin que haya quedado claro cómo, en manos de una desconocida. La mujer se fundió en cinco meses más de 30.000 euros de la víctima pagando con el documento estancias en hoteles de cuatro estrellas, viajes en avión, envíos de flores y compras online en supermercados para ella misma y sus familiares. Un juzgado de Palma le ha impuesto, en un sentencia ya confirmada por la Audiencia, un año y nueve meses de prisión por un delito de estafa.

El perjudicado, ya fallecido, era un hombre gravemente enfermo. Había perdido un riñón, llevaba un catéter, debía acudir dos veces por semana a diálisis, padecía diabetes y había ido perdiendo visión. A finales de mes de julio de 2014, la víctima extravió su tarjeta de crédito. Esta acabó en poder de una mujer, vecina de Palma y con antecedentes por hurto y tráfico de drogas.

Durante casi medio año, la acusada realizó 145 cargos en la tarjeta ajena, gastando un total de 30.681 euros del perjudicado. Primero se alojó durante un mes y medio en dos hoteles de cuatro estrellas de s'Arenal. Para que en uno de los establecimientos aceptaran el cargo en la tarjeta que no era suya, la mujer envió un correo electrónico simulando ser el propietario y autorizando un cargo de 3.717 euros por la reserva.

La procesado abonó también con la tarjeta seis vuelos en una compañía aérea, alguno de los cuales por valor de 1.305 euros, y realizó 14 pagos en una floristería para enviar ramos a varios destinatarios. La vorágine consumista incluyó copiosas compras en supermercados online. Abrió con el documento de pago del perjudicado dos fichas de cliente, una a su nombre y otra para una sobrina suya residente en Sevilla, y realizó varios pedidos que la empresa sirvió sin reparos en los domicilios indicados.

El afectado descubrió lo ocurrido el 3 de noviembre de aquel año y canceló enseguida la tarjeta. La denuncia que presentó llevó a la Policía a detener a la acusada dos semanas después. Durante el juicio, cuando el hombre ya había fallecido, la sospechosa aseguró que era prostituta y por ello conocía a la víctima, argumentando que los cargos en la tarjeta fueron consentidos. Pero durante la vista no pudo siquiera ofrecer una descripción física concreta ni aportar pruebas de su versión, por lo que acabó condenada a un año y nueve meses de cárcel y a devolver el dinero gastado a los herederos del hombre.