El 7 de noviembre de 1965, hace ahora medio siglo, una niña de siete años desapareció tras subirse al coche de un desconocido en Palma. Su cadáver apareció a la mañana siguiente, flotando en el mar en Cala Gamba. Un asesinato que provocó una enorme conmoción en la isla y acabó resolviéndose un mes después con la detención de un taxista, que reconoció los hechos y acabó siendo condenado a cadena perpetua.

Paquita Garrido jugaba aquella tarde en una plaza de su barrio, La Soledat, cuando un coche se detuvo ante ellos. El conductor la engatusó y consiguió llevársela. Tras su inquietante desaparición, los otros menores aportaron una serie de datos que acabaron resultando claves para resolver el caso pero que llegaron a provocar algunos episodios de psicosis. Los testigos recordaban que el taxi en el que había subido la menor tenía el número siete en la matrícula. Cuentan las crónicas de la época que, al trascender este dato, hubo pasajeras de estos vehículos que sufrieron crisis nerviosas y amenazaron con tirarse en marcha por el temor a ser atacadas tras descubrir que viajaban en taxis con ese número. El gremio sufrió un importante descenso de los ingresos hasta que el caso fue resuelto semanas después.

La Policía detuvo el 5 de diciembre de aquel año a Miguel R.P., un joven taxista de 25 años apodado 'El beatle' por su melena y que no tardó en confesar su implicación en el crimen. El hombre explicó que había conseguido mediante engaños que Paquita Garrido subiera a su coche y la llevó a un descampado de la carretera vieja de Sineu para violarla.

Sin embargo, la niña opuso una fuerte resistencia y empezó a gritar. Según Miguel R.P., le tapó la boca y la agarró con fuerza del cuello para ahogar sus alaridos hasta dejarla inconsciente. Intentó reanimarla, pero Paquita Garrido no respondía. Creyendo que la había matado, se dirigió entonces a Cala Gamba y la tiró al mar. La autopsia, por contra, concluyó que la pequeña todavía estaba viva y que murió ahogada al ser sumergida en el agua.

El juicio contra Miguel R.P. se celebró al año siguiente en mitad de una gran expectación. Muchos ciudadanos se congregaron a las puertas del Palacio de Justicia, donde el vehículo que conducía al acusado fue golpeado y zarandeado por la muchedumbre. El sospechoso alegó ante el tribunal que estaba ebrio y negó que su intención fuera matar a la niña. "En aquellos momentos no era yo. Reaccionaba como un animal", afirmó para explicar por qué lanzó su cuerpo al mar.

El fiscal, por su parte, puso de relieve que la niña había sido víctima de los "instintos eróticos y sádicos" del procesado y que el crimen había provocado una gran alarma social. "La calma y plácido vivir proverbial de la ciudad se vio perturbada por unos sucesos tan perversos que han repercutido en toda España y hasta en el extranjero. Estamos viendo el hecho del siglo", concluyó la acusación en su alegato definitivo para pedir que se condenara al hombre.

Miguel R.P. fue declarado finalmente culpable de rapto, abusos deshonestos y asesinato, con las agravantes de astucia, nocturnidad y despoblado. Fue condenado a doce años de prisión por los dos primeros delitos y a muerte por el tercero, aunque se le conmutó por cadena perpetua.