La convivencia entre Diego y Víctor saltó por los aires abruptamente al cabo de un año. Según el primogénito, su hermano pequeño le aseguró que solo permanecería en su domicilio un mes. Transcurridos 365 días, el cadáver del menor fue hallado congelado y descuartizado en varios arcones. El mayor se autoinculpó del crimen.

Durante una década, Diego G., de 38 años, se alojó en el primero izquierda del número seis de la calle Pere Llobera, a escasos metros de la concurrida plaza del mercado de Pere Garau. Entretanto, la impresión que había causado en el vecindario era inmejorable. Hasta el punto de que muchos de ellos le seguían respaldando, pese a saber que había cometido un horrible crimen.

Los caracteres diametralmente opuestos de Diego y Víctor pronto quedaron patentes. El mayor, profesor de religión en un colegio de Cas Capiscol y otro en Porreres, era afable y extrovertid0. Por el contrario, el menor, vigilante de seguridad en un párking subterráneo de la calle Manuel Azaña, era reservado y esquivo.

Víctor nunca se caracterizó por ser especialmente comunicativo en el trabajo. De hecho, había ocasiones en que ni siquiera contaba las novedades al vigilante de seguridad que le iba a relevar en el puesto. "Siempre que le tocaba por la mañana, cambiaba el turno", destacaron. "Era una persona muy seca. De pocas palabras. ´Esto es lo que hay, hasta luego´, se limitaba a decir", resaltó un compañero de trabajo.

Pese a su manifiesto carácter introvertido y reservado, Víctor comentó con algunos compañeros algunos de sus problemas personales. "Dijo que había discutido con su madre y que se había ido a vivir por su cuenta", recordaron.

Tampoco la relación con su cuñada, la esposa de su hermano Diego, era precisamente cordial. Cuando ambos se separaron, Víctor creyó ver el momento propicio para un acercamiento y se instaló con él en el primero izquierda del número 6 de la calle Pere Llobera. Un año después, sería el escenario de su muerte especialmente violenta.

Al parecer, Víctor comunicó a su hermano que tan solo conviviría con él "unos días" hasta que encontrara un nuevo alojamiento. En cambio, su estancia se prolongó durante 365 días y se interrumpió de forma abrupta.

A medida que pasaron los meses, la convivencia entre ambos se fue deteriorando. Pese a las desavenencias crecientes con su hermano, Diego mantenía las formas con su vecindario. Hasta el punto de que todo el mundo coincidía en señalarlo como una "buena persona". Incluso después de saber que había sido detenido por el asesinato y descuartizamiento de Víctor, algunas personas de su entorno más cercano mantenían un idéntico concepto de él.

Los amigos de Víctor consideraban a la víctima "incapaz de matar a una mosca". Unos días después del crimen, recibieron un mensaje desde su teléfono móvil. "Diego nos hizo creer que se había ido a la Península y ya estaba congelado", denunciaron.

Aunque Diego mantenía una estrecha relación con su exmujer, madre de su hija de seis años, la separación hace un años y medio había sido traumática. El profesor de religión comenzó a sufrir un proceso depresivo que no pasó desapercibido en el vecindario. "Se quedó muy delgado y perdió mucho peso. Lo pasó muy mal al separarse", resaltaron algunos de sus vecinos.

Los psiquiatras forenses que exploraron esta semana a Diego corroboraron esta apreciación. Detectaron que el asesino confeso de su hermano se encontraba inmerso en un profundo proceso depresivo, que coincidía con su separación de su esposa. Por este motivo, los facultativos consideraron que se debía activar el protocolo de suicidio en prisión para que no acabara con su vida.

Con el paso de los meses, la tensión entre los hermanos se comenzó a volver completamente insoportable. Víctor no hacía la menor intención de irse de la casa de Diego. El profesor de religión ya dejó entrever su malestar por esta situación.

Comportamiento ausente

Mientras se tomaba un refresco en el bar Sabor de Andalucía, Diego se sinceró. "Tengo problemas con mi hermano por el dinero", confesó al dueño del establecimiento. No quiso ahondar en más detalles. Ya empezaba a comportarse de manera ausente.

Sobre las tres de la tarde del pasado 11 de septiembre se produjo el estallido violento definitivo. Después de la enésima discusión entre los dos hermanos, Diego dio un ultimátum a Víctor: "¡Te doy cinco minutos para que te vayas de casa!", le espetó, según su versión.

De acuerdo con la confesión del profesor ante la Policía y el juez, Víctor se abalanzó sobre él por la espalda esgrimiendo un martillo. Diego lo vio y consiguió esquivar el golpe. A continuación, le logró arrebatar la herramienta y le propinó un fuerte martillazo en la cabeza. Mientras su hermano menor se encontraba agonizando, le asestó otros dos fuertes golpes que acabaron con su vida.

El cuerpo inerte de Víctor quedó tendido en el suelo del cuarto de baño sobre un gran charco de sangre. Diego no se lo pensó dos veces y desplegó una actividad frenética para tratar de borrar cualquier vestigio del horrible crimen que acababa de perpetrar.

Su primera preocupación era cómo deshacerse del cadáver. No se le ocurrió otra cosa que congelarlo. Diego acudió a un establecimiento de electrodomésticos de la calle Torcuato Luca de Tena, cerca de Pere Garau, y compró un arcón frigorífico por 419 euros. Esa misma tarde lo tenía en casa.

Al llegar al domicilio, Diego se percató de que el cuerpo de su hermano no cabía en el refrigerador. Entonces, optó por descuartizarlo en ocho trozos. A golpes de hacha. Cada extremidad la envolvió en plástico y la repartió en los compartimentos hasta llenar el arcón. Los que no le cabían allí, los introdujo en su frigorífico.

Eliminación de huellas

Las penosas tareas para eliminar las huellas del asesinato se prolongaron durante diez horas. Al fin consiguió que el suelo del cuarto de baño donde se había perpetrado el crimen quedara resplandeciente.

Al cabo de un rato, el arrepentimiento fue ganando terreno entre sus pensamientos. Ya pensó entonces que debía entregarse y confesar el crimen, pero no se atrevió a hacerlo y prefirió dejar pasar el tiempo.

Diego tenía la custodia compartida de su hija de seis años y, dentro de unos días, la pequeña debía quedarse en su casa. La posibilidad de que la niña descubriera en un arcón el cadáver congelado de su tío le empezó a agobiar.

Durante la fiesta de cumpleaños de su hija, con su madre delante, Diego adelantó su confesión. "He hecho algo muy malo. La niña no se puede quedar". La exmujer llamó a la Policía sin entrar en mayores detalles. Unas horas después, a las cuatro de la madrugada del lunes 30 de septiembre, el profesor se entregó y confesó el crimen.