La presidenta del Foro Nuclear, María Teresa Domínguez, aseguraba el pasado 17 de febrero que España necesitaría disponer de al menos 3 centrales nucleares de nueva construcción y mantener operativas las ocho instalaciones activas para asegurar el suministro de electricidad en el horizonte 2035. Su tono, sin ser triunfalista, sí reflejaba el momento dulce que atravesaba la opción nuclear después de tres décadas de ostracismo. Estados Unidos había renovado hasta los 60 años la licencia de sus centrales más antiguas y varios países europeos, incluidos Holanda y Alemania, proyectaban hacerlo; Italia reconsideraba su moratoria y los gigantes de China y la India apostaban por la energía nuclear, dispuestos a multiplicar los 56 reactores que se están construyendo en el mundo.

Apenas 15 días después de que la representante del lobby nuclear español revindicara la energía atómica, el nombre de Fukushima irrumpía con fuerza en los hogares españoles y el temor a la radioactividad se extendía de nuevo por el planeta, abortando aparentemente una primavera del átomo para usos pacíficos que parecía inevitable hasta unas pocas horas antes.

Ahora, los analistas económicos creen que la industria nuclear va a salir muy tocada del episodio de Fukushima y han rebajado la calificación de los grandes grupos energéticos con intereses nucleares. Los agentes implicados lo dudan, aunque la actitud de Angela Merkel ha sembrado incertidumbre. Creen que si Japón es capaz de sellar los reactores de Fukushima sin nuevas emisiones radioactivas, la industria saldrá reforzada al superar la peor crisis a la que se ha enfrentado hasta ahora e incorporando a las centrales construidas las "lecciones aprendidas" tras el terremoto y e posterior tsunami.

En Areva, la multinacional francesa que construye centrales en Finlandia y China , a quien proyecta vender más de una docena de instalaciones, califican de "natural" y "justificado que se abra un debate" sobre la seguridad nuclear pero reiteran que la comunidad internacional avanza hacia lo que llaman el "factor cuatro", es decir, dos veces menos emisiones de CO2 y dos veces más consumo energético. Un desafío, dicen, que solo se puede atender con la energía atómica.

El caso español

En España, la energía nuclear nació en 1948 en un laboratorio de la Armada en el que se creó, sin demasiado ruido, la "Junta de Investigaciones Atómicas". La junta envió científicos al extranjero para que se formaran en la nueva energía que deslumbraba al mundo y buscó reservas de uranio en territorio nacional. Esta fase inicial terminaba con la inauguración en 1968 de la primera central nuclear en Zorita de los Canes (Guadalajara), actualmente clausurada. En 1970 entraba en servicio Garoña, seguida de Vandellòs I (1972), cerrada después de un incendio clasificado en el nivel III de la escala Ines (1989)

En los setenta se diseña la segunda generación de reactores: Almaraz I (1983) y II (1984), Ascó I (1984) y II (1986) y Cofrentes (1985). Otra central, la de Lemoniz, no se terminó por presiones de ETA, que asesinó a uno de sus ingenieros. De la tercera generación solo se construyeron las centrales de Trillo I (1988) y Vandellós II (1988). En 1983, el Gobierno de Felipe González, ahora defensor de la energía nuclear, dicto una moratoria nuclear en su plan energético. Los dos grupos previstos en Valdecaballeros y el segundo grupo de Trillo, además de Lemoniz, quedaron paralizados. El coste de la moratoria fue evaluado y los españoles lo han pagado desde entonces en el recibo de la luz. Poco después, el 25 de abril de 1986, el mundo quedaba paralizado por el accidente de Chernóbil y la moratoria española se hizo universal.

Dependencia

En España hay 7.716 MW de potencia electronuclear instalada. que en 2010 generó energía suficiente para atender el 21% de la demanda. Zapatero prometió en su programa electoral el desmantelamiento progresivo del parque nuclear español. Ahora duda. El PP mantiene aparentemente su apoyo a la energía nuclear. El informe de la Fundación FAES para Mariano Rajoy así lo admite y recomienda iniciar ya la búsqueda de emplazamientos para nuevas centrales, además de ampliar "de oficio" a 60 años la vida de las nucleares.

Los partidarios de la energía nuclear insisten en que se trata de una opción segura, fiable y barata. No emite CO2 y por lo tanto es una energía limpia que debe tener una contribución decisiva a la lucha contra el cambio climático. En España, cuya dependencia energética solo es superada por Italia en Europa, la energía nuclear es "imprescindible", asegura María Teresa Fernández, que considera óptimo incrementar hasta el 30% la participación nuclear en el "mix" energético desde el 21% actual.

Enfrente, el discurso ecologista ha evolucionado poco: insegura, poco fiable, cara, poco transparente, insostenible y sin respuesta para problema de los residuos. El último añadido al argumentario es el previsible agotamiento del uranio, que en el futuro seguirá el paso del petróleo. Ecologistas en Acción y Greenpeace subrayan que tras el cierre de las minas españolas de uranio, la dependencia del país es similar a la que existe con los hidrocarburos. El Foro Nuclear replica: con las reservas probadas hay para 100 años; los nuevos reactores son más eficientes –gastan menos– y es posible reprocesar y volver a gastar el combustible gastado.