¿Puede alguien sobrevivir durante años con medio metro de basura sobre el suelo de su casa, entre un hedor nauseabundo, sin suministro de agua y electricidad y llevar una vida aparentemente normal? Una vecina de la barriada palmesana de Pere Garau resistió en estas condiciones hasta que una brigada de EMAYA retiró ayer por orden judicial unas ocho toneladas de desperdicios que inundaban todo el piso. La mujer, de unos 50 años y profesora de educación infantil, solo había dado que hablar en el vecindario por su pasión por los gatos –llegó a tener 22–, pero nadie en el barrio imaginaba que su domicilio era en realidad un vertedero.

Por la fuerza y con autorización judicial, varios agentes de la Policía Local y cinco operarios de EMAYA entraron a las nueve de la mañana en la vivienda, situada en un edificio de una sola altura en el número 34 de la calle Joan Mestre. Tuvieron que abrirse paso entre la basura para poder moverse. En todas las habitaciones se alzaba medio metro de desperdicios de toda clase, la mayoría orgánicos, acumulados durante los últimos años. No había ni luz ni agua, la cocina estaba inutilizable y unos colchones tirados entre la basura hacían las veces de cama. En la casa aparecieron algunas linternas que al parecer utilizaba la mujer para moverse entre aquella montaña de desechos.

Monos y mascarillas

Tras capturar a seis de los gatos que habitaban en aquel basural, los operarios empezaron a recoger los residuos en enormes sacos que salían volando por las ventanas hacía el camión que se encargó de llevarlos a un vertedero de verdad. Iban protegidos con monos y mascarillas, pero cada poco tiempo salían a la calle en busca de aire fresco. Los ambientadores que la moradora tenía repartidos por la vivienda eran una gota de agua en el desierto.

La única persona que vive en ese mismo edificio es una anciana de 90 años. Llevaba tiempo denunciando la desagradable mezcla de olores que debía soportar cada vez que pasaba por la escalera común. "Hace 14 años que soporto esto. Era imposible respirar en la escalera y cada vez que me asomaba sentía náuseas", contaba la mujer, recordando el fétido líquido que a través de la rendija de la puerta de su vecina daba pistas de lo que pasaba dentro. La Policía Local y los operarios de EMAYA ya habían visitado la vivienda, pero no llegaron a entrar por las reticencias de la moradora y la falta de autorización judicial.

La anciana fue la única que no se sorprendió por el descubrimiento. Al resto de vecinos les pilló por sorpresa. "Sabía que tenía en casa muchos gatos. Los cogía de la calle y llegó a tener 22. Pero nunca imaginamos que vivía en esas condiciones", explicaba la camarera de un bar cercano. La pasión por los felinos era lo único llamativo. "Es una mujer normal, muy agradable y atenta", la definía Joana Ramis, que vive en los bajos de esa misma finca.

La mujer regresaba cada día a una casa repleta de basura tras su jornada laboral en un colegio de Palma, donde imparte clases a niños de unos 10 años. Todo muy normal. "Incluso yo la veía ir a tirar sacos de basura al contenedor", señalaba esta vecina.