Una de cada cinco niñas y uno de cada diez niños sufre algún tipo de abuso sexual en España durante la infancia o la adolescencia, según los estudios que manejan los expertos. Y en su mayor parte, los agresores son miembros de su entorno más próximo, a veces sus propios padres o padrastros. Un fenómeno que ha obligado a la Policía y Guardia Civil a crear grupos especializados en la atención de estos menores, que trabajan en muchos casos de forma muy cercana a los psicólogos y técnicos del Institut Mallorquí d´Afers Socials (IMAS), que atiende a los menores en situación de desamparo. Cada año, estos grupos de Policía y Guardia Civil investigan unos cuarenta casos de abusos sexuales a menores en Mallorca.

Recientemente ha quedado visto para sentencia el juicio contra una pareja de Can Can Picafort acusada de abusar sexualmente de su hija desde que tenía un año de edad, y que se habrían prolongado hasta los tres años. ¿Cómo se detecta un caso de presuntos abusos en una niña tan pequeña? Cuando las víctimas tienen tan corta edad no son conscientes de su situación. "Por lo general una denuncia sobre uno de estos casos puede partir de uno de los progenitores, o bien de un médico del centro de salud o del colegio o guardería al que va el niño", explica un inspector del Servicio de Atención a la Familia (SAF) de la Policía Nacional, especializado en delitos relacionados con menores. En la mayoría de los casos los agresores pertenecen al círculo más cercano, el entorno familiar, y los denunciantes son otros familiares que detectan en el menor un comportamiento extraño. En los centros de salud la denuncia normalmente parte del médico, que hace un parte judicial al detectar una lesión que puede haber sido causada por una agresión sexual, mientras que en los colegios suele ser un profesor, que aprecia una conducta o un lenguaje anormalmente sexualizado. "Es entonces, cuando esta información llega a nosotros, cuando se inicia la investigación para determinar si es verdad o no", comenta el agente del SAF.

"Intentamos recabar la mayor información posible", prosigue el policía. "Se le toma declaración al denunciante, para determinar qué hechos ha presenciado, se revisan los registros médicos para ver si hay una reiteración de asistencias sospechosa. Y luego, en función de la edad de la víctima, hay que ver cómo se hace la exploración. Si son muy pequeños es difícil".

El término policial "exploración" se refiere a la toma de declaración del menor. Un trámite esencial pero que, en los casos de los niños, se intenta llevar a cabo con la máxima delicadeza para minimizar sus posibles secuelas. "Con los niños pequeños intentamos dar una apariencia de normalidad. Uno de los compañeros tiene una charla con el menor sin ni siquiera tomar notas, y luego refleja en un informe posterior lo que le ha contado", cuenta el policía.

En la Guardia Civil, estos casos son competencia del Equipo Mujer-Menor (Emume). "En la exploración de un menor, empezamos hablando de juegos y dibujos. Es muy importante romper el hielo", comenta el jefe de este grupo especial. "Estas declaraciones se graban en vídeo, porque en estos casos el lenguaje gestual es muy revelador, como cuando el niño se señala dónde le tocaron".

"El paso siguiente", prosigue el jefe del Emume, "es buscar al autor, que muchas veces está en su entorno próximo, y buscar también otras víctimas potenciales".

Desde el punto de vista judicial, lo esencial es aclarar si los posibles abusos que aparenta el niño son verdad o no. Y la hora de determinar la veracidad de una posible denuncia es fundamental el análisis de los psicólogos especializados del IMAS. Estos profesionales tienen establecido un protocolo de actuación frente a casos de posibles agresiones sexuales a menores. Primero calmar a la víctima, luego determinar si sabe diferenciar conceptos como verdad y mentira. Finalmente hay que ganarse su confianza para que relate lo ocurrido.

En ocasiones cuesta mucho hablar con estos niños, que se muestran reticentes a hablar sobre los posibles abusos sufridos, se evaden o se levantan de la mesa. Por eso hay que recurrir a otras formas de comunicación, como los dibujos o los juegos. "A veces los niños pequeños se expresan mejor a través de los dibujos, porque no disponen de bastante vocabulario para explicarse", explicaba un psicólogo que actuó como perito en el juicio de las presuntas agresiones al bebé de Can Picafort. En ocasiones juegan a simular que hablan por teléfono para obtener información. Los psicólogos suelen basarse en estos tres planos –narración, dibujos y juegos– para extraer su conclusión sobre la relación que mantiene el menor con su presunto agresor.

Policías y psicólogos admiten que a veces se encuentran con denuncias falsas, en las que el niño puede estar influenciado por un progenitor para perjudicar al otro. Pero son casos detectables. Por lo general estos niños hacen una narración lineal, una parrafada aprendida, mientras que si no han sido aleccionados el relato tiene saltos temporales. Cuando los abusos son reales cuesta más que se abran, se muestran temerosos, miran que la puerta esté cerrada y evidencian que no les gusta hablar de ello. Otro elemento de credibilidad es que no utilizan palabras de adulto.