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Autoría

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Las normas académicas de los Estados Unidos lo dicen de forma bien gráfica: Publish or perish. Publica o perece. Tu futuro no sólo como investigador sino también como docente depende de que publiques con cierta asiduidad y no en cualquier parte. En contra de lo que pensamos no pocos de los autores españoles, la hoja parroquial no sirve; hay que publicar en revistas de prestigio y, por más que las humanidades pongan el grito en el cielo a menudo, el criterio que se ha impuesto para medir si una revista es prestigiosa o no es el del llamado factor de impacto. Se trata de un algoritmo que, con más o menos ajustes, mide la cantidad de veces en promedio que los artículos aparecidos en una determinada publicación se citan en otras revistas científicas.

Como saben de sobra quienes buscan a toda costa publicar allí donde el factor de impacto sea más grande, lograrlo no refleja de manera automática el mérito del autor. Son bien conocidos los casos en los que un cierto jefe de departamento —o jefe de lo que sea— impone su autoridad para que todos los artículos que publican sus subordinados le incluyan a él en la lista de autores. Existen especialidades en la que esa lista es bien nutrida y, así, la publicación del genoma humano hecha en Nature en 2003 tenía tantos autores —no los he contado pero más de doscientos— que fueron englobados en The International HapMap Consortium. Añadir un firmante más parece que no importa. Pero los abusos han sido tantos, y la necesidad de saber lo que en realidad cada autor aporta a una investigación publicada tan grande, que la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) ha propuesto que se siga un criterio común para indicar cuál es el papel de cada autor en el artículo: la Contributor Roles Taxonomy, (CRediT) creada a partir de un simposio que tuvo lugar en Harvard en 2012.

Desde que apareció, el sistema CRediT ha mostrado no ser tan eficaz como se esperaba que fuese. Pero en realidad el éxito que alcance va a depender de la cantidad de publicaciones de prestigio que exijan su uso. Al PNAS se le ha unido de inmediato un editorial de la revista Science adhiriéndose a la iniciativa. Mejor así porque resulta del todo imprescindible evitar los abusos a los que conduce el problema inicial, el mencionado al principio de que hay que publicar para no desaparecer.

A quienes dudan de que jamás pueda haber criterios cuantitativos capaces de medir la excelencia les queda un clavo ardiendo al que agarrarse: el de autores como Wittgenstein que, con sólo dos libros, ha pasado a la historia de la filosofía. Y si se quiere huir de los ejemplos de las humanidades basta con una pregunta. ¿Habrían necesitado James Watson y Francis Crick sacar muchos artículos más, aparte del que puso de manifiesto cuáles eran la estructura y la función de los ácidos nucleicos, para que se les otorgase el premio Nobel?

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