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Con ciencia

Sin chófer

Un vehículo autónomo.

Recuerdo la primera vez que subí a un tren sin conductor. Fue en el aeropuerto de Chicago, cuyas terminales quedan enlazadas por esa especie de vehículos autónomos. Luego llegó el tren subterráneo para desplazarse desde la terminal T4 de Barajas a la T4 satélite. Resulta aún peor porque allí donde debería estar la cabina del conductor hay una ventana que te permite ver que vas sin él, dependiendo de que el ingenio que maneja los vagones y las vías funcione como cabe esperar que lo haga.

¿Cuestión psicológica? Por supuesto. Llevamos décadas, más de un siglo y medio en realidad, desde que el primer ascensor, en Nueva York, cómo no, se encargó de trasladar una carga de personas. Los ascensores no cuentan con conductor alguno; antes, en los hoteles al menos, había un encargado que se ocupaba de pulsar los botones y eso era todo. Confiamos por completo en la máquina que sube de manera autónoma a la vez que recelamos —yo al menos— de un tren autónomo. Pero lo peor está por llegar. Se trata del coche sin chófer, manejado por un ordenador que toma las decisiones ahora en manos de quien conduce un automóvil. Pues bien, la revista Science ha dedicado un artículo, encargado a un periodista científico también autónomo, Matthew Hutson, para poner a los lectores al día acerca de cómo el mundo de la investigación se plantea el estudiar y explicar las razones por las que los ciudadanos, siempre tan ávidos de novedades —incluso sin otro motivo que el de que lo sean—, gastan verdaderas fortunas para hacerse con el último teléfono inteligente salido de la factoría que fue de Steve Jobs mientras que los coches sin chófer no consiguen labrarse un hueco en el mercado.

El problema es empresarial, por supuesto, no científico. Las grandes compañías del sector automovilístico comienzan a preocuparse porque las inversiones gigantescas encaminadas a lograr el coche autónomo están llevando a la paradoja de que, por más que se logre elevar de forma exponencial la seguridad y fiabilidad de semejantes vehículos, no termina de despegar la demanda. Hutson menciona en su artículo los resultados descorazonadores de una encuesta realizada por la American Automobile Association, que indica que un 78% de los entrevistados manifestan tener miedo a viajar en un vehículo autónomo. Preguntado por Hutson, el arquitecto jefe de sistemas del grupo Intel puso el dedo en la llaga: "Podríamos tener el automóvil más seguro del mundo pero si los consumidores no quieren incluir a sus hijos en él, entonces no hay mercado". Con lo que las empresas del sector acuden a los científicos no para lograr coches mejores sino para convencer a los temerosos. Al final volvemos a los orígenes, como cabía esperar. Quien crea que el problema fundamental de cualquier innovación no es psicológico debería leer la entrada ´bicicleta´ de la Enciclopedia Espasa.

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