Hay historias que merecen más de una página para ser contadas. La de Cristina Ortega es una. Estudió Diseño Gráfico y al primer año de licenciatura ya ganó un concurso que consistía en realizar un plan empresarial viable, tras presentar una propuesta que escribió para una asignatura de la carrera. A los 18 años le dieron el dinero para llevar a cabo su proyecto ganador: el diseño de una página web de una agencia de viajes, junto a un programador. Estudiaba y a la vez trabajaba en un local que alquilaron donde llevaba a cabo funciones de diseñadora en la web. Al acabar la carrera se desvinculó y montó su propia empresa de diseño gráfico llamada Graficode. A solas.

Aquello no le generaba unos ingresos que le permitiesen seguir adelante y, a la vez, estudiaba Ciencias de la Comunicación a distancia. Así que decidió parar. Al poco tiempo fue a cenar al restaurante Daica -de gran prestigio y situado en Llubí- y se enamoró del sitio y de la comida. “Les dije que quería trabajar con ellos. De primeras me dijeron que no buscaban a nadie, pero al final estuve con ellos 3 años”, recuerda Ortega. “Eso me dio unos conocimientos gastronómicos increíbles. Cada día entraba en la cocina y veía y cataba los procesos culinarios”, añade. Cristina vivió todo el proceso de un plato, desde la cocina hasta la presentación. Toda una experiencia gastronómica.

“Estaba a gusto y dejé pasar el tiempo. Me dije: tengo dos carreras y aspiraciones, aquí estoy bien pero lo mío es ser autónoma”. Cristina Ortega no ha nacido para trabajar para alguien. En el Daica le enseñaron un libro de Francesc Guillamet, el fotógrafo de las estrellas Michelin, y se enamoró de la parte gráfica y el arte de esas fotos. “Me fui a casa pensando en eso, pero no tenía conocimientos de fotografía”, apunta. En una semana se compró una réflex y a las dos dejó el trabajo y empezó a emprender. En ese momento empezó a trabajar en la que es su profesión: diseñadora de fotografía gastronómica. Se hizo autónoma y viajó a formarse a Madrid y Barcelona. Una de las fechas que marcaron a Ortega fue la Fira de la mel de Llubí. Le propusieron hacer una exposición e hizo una serie de fotografías con los ocho tipos de miel regional. “En ese momento aún tenía el trabajo, así que abrí un garaje, expuse las fotos y dejé unas tarjetas de contacto”, explica. Esa tarde, el garaje llubiner no paró de estar lleno.

“A la semana siguiente me llamaron para la Fira Tradicional de Llubí y pensé: ¿Y si hago algo para que la gente pueda interactuar con los cuadros?”. Ahí es cuando la diseñadora creó el concepto más representativo y original de su carrera a día de hoy: la fotodegustación. Un antes y un después, que catapulta a Ortega a la adquisición de un estilo propio y cuidado de presentación.

Fotodegustación

El concepto de fotodegustación, creado por la mallorquina, pretende interactuar gustativamente con la imagen. En el caso de la Fira Tradicional de Llubí, unió fuerzas con Sandra Nicolau, la actual repostera de Santi Taura, y le dieron gusto a las imágenes. Un bocado por cada imagen, que garantiza una experiencia única. Siguiendo con la idea de la miel, ofrecieron dulces, galletas, postres… todos con cada uno de los tipos de miel. “La gente venía y mientras veía las imágenes lo saboreaba. Este es el concepto de fotodegustación”, afirma. Fue un éxito. Más tarde, en el Artdemossa, volvió con la fotodegustación. Esta vez lo hizo bebible: o cóctel o refresco. Una manera ecléctica de mostrar sus obras gráficas.

Este 2017 volvió al Artdemossa, junto con Marina Colomar, con una serie nueva con boletus como propuesta para dar continuidad al formato, que ya tuvo cierta repercusión en la edición anterior. Una historia de amor de cinco etapas personificada con setas. Esta vez con ayuda de amigos, ya que la expectación fue mucho mayor. “Llega un momento que sola no puedes”, reconoce Ortega.

La diseñadora sigue apostando por este formato, que le permite aportar autenticidad y originalidad a cada una de las exposiciones que realiza. Además, tiene programadas algunas exposiciones para empresas donde la fotodegustación será la protagonista.

Proyecto local y de futuro

“Es un trabajo que exige mucha dedicación, no te debe importar hacer cualquier tipo de esfuerzo. No cobro por horas, cobro por resultados”, sostiene Ortega. Hasta ahora se dedicaba a todas las partes que componen el proceso creativo, de principio a fin. Ahora delega parte del trabajo. “Tengo dos diseñadores para distintas funciones y agiliza el proceso”, añade. También se propone retos. “Es divertido, nuevas texturas, nuevas superficies… Si hay algún curso de especialización o formación, voy de cabeza. Esto consiste en no tener miedo”, asiente.

Ver que gente con reputación valora su trabajo, le hace seguir hacia adelante. A Cristina le han ofrecido becas para formarse en la especialidad y lanzarle internacionalmente. Pero la diseñadora se queda aquí. “Con mis clientes, con mi entorno. Después de todo, no creo que me haya equivocado”, concluye.