La insatisfacción de los españoles con sus vidas se ha agravado el triple que la media de la OCDE entre 2005 y 2015, en un contexto de neto empeoramiento de la situación laboral por la crisis y pese a que el país se encuentra entre los cinco que más avances han tenido en indicadores sobre calidad de vida.

En su informe bienal de indicadores sobre bienestar publicado hoy, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) explica que en 2015 -último dato disponible- los españoles dan a su vida una nota de 6,4 sobre 10, cuando en el conjunto de los países miembros es de 6,5.

Eso supone una caída significativa respecto a diez años antes, cuando España se situaba netamente por encima de la media (7,1 frente a 6,7).

Si se buscan las razones de ese descalabro en otros indicadores de bienestar, las más evidentes están en el mundo del trabajo, y para ilustrarlo el mejor es la inseguridad en el empleo (medida en la caída esperada de los ingresos por seguir en paro o por perder el puesto de trabajo).

Tras repuntar en la primera parte de la crisis, alcanzó su punto más alto en 2012 y, aunque ha disminuido desde entonces, sigue triplicando el nivel registrado en 2007.

Lo mismo ocurre con el desempleo de larga duración (superior a los 12 meses), que se disparó desde ese mismo año hasta 2013, cuando llegó a un techo del 13 %, comparado con el 2,8 % de media en la OCDE.

El descalabro del mercado laboral ha afectado en particular a los más jóvenes, cuya tasa de ocupación es tres veces inferior a la población de mediana edad, una diferencia mucho mayor que en el promedio de los otros Estados de la organización.

España ha sido desde lo más crudo de la crisis el país con mayor tasa de paro sólo por detrás de Grecia, y eso ha pesado en que el ingreso familiar disponible neto ajustado haya caído un 6 % entre 2005 y 2015, uno de los mayores descensos del mundo desarrollado, donde en términos globales se incrementó un 8 % en ese periodo.

Y pese a ello, aunque pueda parecer una contradicción, los ingresos reales de los trabajadores (los que no habían perdido su empleo) aumentaron un 7 % en esos diez años.

Un efecto de esa pérdida de poder adquisitivo es que el porcentaje de los ingresos que hay que destinar a cubrir los gastos del hogar han subido del 18,2 % al 21,8 %, uno de los mayores ascensos.

Como en el paro, España aparece en el furgón de cola en el porcentaje de bajo logro escolar y en adultos con bajo nivel de competencias laborales, en ambos casos antepenúltimos.

Los españoles están menos satisfechos con el funcionamiento de su democracia que la media de los países europeos de la OCDE, en particular con las políticas de reducción de las desigualdades (ponen una nota de 3 sobre 10) o con la existencia de mecanismos de participación directa a escala municipal (4).

Únicamente un 23 % de la población siente que puede influir en lo que hace el gobierno, lo que significa 10 puntos menos que en el conjunto del "club de los países desarrollados".

Y cuando se pregunta sobre si la corrupción está generalizada en el gobierno, un 82 % responde afirmativamente, comparado con el 56 % en la OCDE.

Junto a estos signos de un evidente deterioro en la percepción de sus vidas, los autores del informe también dan cuenta de que España es el quinto país, por detrás de Eslovaquia, Estonia, Letonia y Polonia, donde más indicadores de calidad de vida han mejorado entre 2005 y 2015.

Por ejemplo la esperanza de vida, que ha subido en unos tres años durante ese periodo hasta los 83 años, lo que coloca a España en segunda posición, sólo por detrás de Japón (83,9).

También figura en cabeza en términos de seguridad personal, con una reducción en esos diez años de la tasa de homicidios o un incremento de la proporción de personas que dicen sentirse seguras al caminar solas por la noche (del 65 % al 83 %).