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Cautelas cerebrales

Cautelas cerebrales

Aunque por el momento la neurociencia apenas está escudriñando los umbrales de lo que es el cerebro humano, el progreso técnico permite ya acceder a las bases neuronales que componen parte de la mente. Un artículo que acaba de publicarse en la revista Nature, encabezado como primer firmante por Rafael Yuste, profesor de ciencias biológicas en la universidad de Columbia (Nueva York), alerta acerca de varios escollos éticos que están llegando como consecuencia de los avances de la Inteligencia Artificial y los interfaces entre las computadoras y el cerebro.

Los autores indican cuatro grandes áreas: privacidad, identidad, agencia e igualdad. La primera de ellas no creo que necesite demasiadas aclaraciones: todos somos conscientes de cómo los avances tecnológicos, comenzando por internet, amenazan nuestro mundo más privado. Esa amenaza es en particular preocupante cuando la interacción entre el cerebro de una determinada persona y las máquinas que permiten interferir en él (BCI, Brain-Computer Interface) alcanzan un grado de manipulación elevado. El panorama peor llegará cuando se consiga obtener información relevante de la conducta de las personas que llevan consigo teléfonos inteligentes; algo que es posible ya en cierto grado. Lo que parece obvio es que resulta imprescindible que la protección de los datos personales avance tanto al menos como la capacidad para obtenerlos.

Las restantes amenazas son menos obvias, La denominada "agency" (que se traduce por la capacidad para autopercibirse como agente; algo similar a la identidad, si se quiere) puede ser alterada mediante técnicas que permiten intervenir en el cerebro, a través la implantación de electrodos pero también utilizando estimulaciones magnéticas transcraneales. El resultado puede alterar la percepción que se tiene del "yo". Y la preocupación de Yuste y colaboradores por la igualdad se refiere a cómo las decisiones científicas y técnicas benefician a ciertos grupos de población y perjudican a otros. Un problema que va más allá de la neurociencia; un editorial publicado en el mismo ejemplar de Nature advierte acerca de los sesgos que se producen porque determinados grupos se estudian hasta la saciedad—los campos de refugiados de los palestinos, por ejemplo, ¡qué paradoja!— mientras otros caen en el olvido. Yuste y colaboradores, por su parte, advierten acerca de las diferencias que imponen ciertos algoritmos existentes. Mencionan como ejemplo las posibles reincidencias de delincuentes que toman en cuenta las agencias estatales estadounidenses, o las búsquedas de trabajo en Google. Proceden de cálculos con algoritmos sesgados que, cuando se utilicen en BCIs, pueden llevar a resultados desastrosos.

Comenzamos a arañar el funcionamiento de nuestros cerebros. Convendría evitar a tiempo que los resultados que se obtengan nos lleven a un mundo todavía peor.

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