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Salud

Creencias y verdades

Creemos firmemente en algo que otro sabe porque los humanos tenemos la capacidad de anticipar el conocimiento ajeno y hacerlo nuestro sin poseerlo

Creencias y verdades

Quizás uno de los problemas más difíciles de resolver en medicina es que nos aferramos a nuestras creencias. En casi todas las adquisiciones de hábitos hay ventanas en las que somos más vulnerables a lo nuevo. Esto lo estudiaron de una manera brillante los etólogos. Sorprendía ver a Konrad Lorenz seguido por una oca que lo tomaba por su madre. Era el primer ser vivo que había visto cuando salió del huevo. Acuñó la palabra impronta para esos momentos que nos moldean. Creo que en los seres humanos se produce cuando hay una predisposición que puede depender del momento de maduración fisiológica o del entorno, o de la mezcla de ambos. Es como si un conjunto de circunstancias prepararan una tierra para la siembra. En el ámbito médico ocurre en la residencia más que en la carrera. En ésta se siembra, pero apenas florece nada. Mientras que durante ese periodo formativo, y nunca la palabra estuvo mejor empleada, que es la residencia, esas semillas florecen si el medio las abona. Pero, sobre todo, son otras que tiene que ver con los hábitos, con las rutinas que dominarán la profesión, las que se establecen. No es casual ni ilógico. La medicina es una ciencia, o algo así, que convive con una incertidumbre angustiosa. Para transitar por ese campo minado es necesario tener hitos que aseguren el camino. Y esos hitos no pueden estar cuestionados permanentemente. Se constituyen en el arquetipo con el que se examina y juzga el mundo, el mundo de la medicina. Son prejuicios, unas veces errados otras acertados. El esfuerzo de la denominada medicina basada en la evidencia se encamina a destruir los prejuicios equivocados. Pero realmente, de todo lo que como médicos hacemos, sólo un pequeño porcentaje ha sido sometido a un análisis que cumpla con los mínimos preceptos de la ciencia. Es que es muy caro. La mayoría de lo que se hace tiene el refrendo de la tradición, un mal refrendo. Baste ver cómo hasta no hace mucho las mejores cabezas justificaban las sangrías como uno de los métodos más eficaces de curación.

Me interesan los prejuicios. Todos los tenemos, negarlo es impedir su examen. Quizá la palabra sea un poco fuerte porque se asocia a sesgos, a juicios de valor negativos. Pero realmente son todas esas herramientas que tenemos en el cerebro que nos sirven para leer el mundo, para interpretar la información que adquirimos. Porque casi nunca empleamos el juicio, un proceso lento y costoso. Sabemos que la arquitectura de nuestros prejuicios determina cómo vamos a interpretar la realidad. Veamos.

Los votantes, digamos, de Trump, creen que la Administración de Obama propagaba mentiras sobre el cambio climático o las mejoras en la economía o en las estadísticas de crimen. No importa que se les expusieran los datos, objetivos, los interpretaban como manipulados. En el otro extremo, las izquierdas no creen los estudios que demuestran que los organismos genéticamente manipulados no constituyen una amenaza directa para la salud humana. Otra cosa es cómo pueden influir en el equilibrio ecológico, una cuestión que atañe a cualquier selección de organismos, como se hizo con el trigo en el Neolítico.

Todo esto tiene que ver con el binomio conocimiento-sociedad. Los médicos en formación aunque aterrizan bien equipados de conocimiento teórico precisan encajarlo en la práctica. Y a eso les enseñan los que serán sus maestros, aquellos que les muestran el camino, porque ellos sí que tienen ese conocimiento, un saber del que el residente se fía. Ahí está la cuestión: en la distribución del conocimiento en la sociedad. Como uno no puede saber de todo, se fía del que decide que es experto en el campo.

Lo difícil es elegir bien. Porque, como es lógico, sobre muchos asuntos hay disparidad de opiniones porque no existen suficientes pruebas sólidas como para establecer una sola verdad. Incluso cuando casi todo apunta en una dirección, como el de la selección de las especies como motor del cambio biológico o la influencia del CO2 en el cambio climático y su dependencia de la actividad humana, hay muchas personas que no aceptan esas tesis y proponen otras en mi opinión disparatadas.

Creemos firmemente algo que otro sabe porque los humanos tenemos la capacidad de participar del conocimiento ajeno, hacerlo nuestro sin poseerlo. Es una cosa curiosa. Un experimento demostró que cuando se decía que científicos de la Nasa habían descubierto que las rocas arden los entrevistados decían no entenderlo, pero si se decía que los científicos tenían una explicación, sin más, entonces manifestaban comprenderlo hasta cierto punto, como si participaran ya de ella. Pero basta que se diga que es un secreto para volver a la extrañeza: porque ese conocimiento ya no es de todos.

Esta capacidad de participar del saber de otros nos hace más fuertes, nos ha permitido crear la sociedad desarrollada, y a la vez más vulnerables a la mentira, a la manipulación. Quizá por eso nos anclamos en algunas creencias, personas o instituciones, para tener estabilidad y ser menos manipulables.

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