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La prensa, la madrileña al menos, se ha hecho eco esta semana del proyecto Handpas destinado a estudiar una de las primeras manifestaciones artísticas del ser humano, la de la impronta de manos en negativo en las paredes de las cuevas: manos silueteadas con frecuencia por el pigmento de ocre rojo que las rodea. Cuentan con una antigüedad notable, de más de 40.000 años, y aparecen en cuevas del Antiguo y del Nuevo Continente „más modernas las de este último„ como las de Sulawesi, Cantabria, Cáceres. Italia, el Sur de Francia, Australia, Sudáfrica, Méjico y Argentina. El proyecto Handpas se centra en las manos del Paleolítico europeo pero presta atención, por supuesto, a toda la muestra extendida en la idea de llegar a un modelo interpretativo acerca de los inicios del arte.

Son las primeras hipótesis lanzadas a tal respecto las que han atraído la curiosidad (y los titulares) de la prensa generalista, dado que los responsables de Handpas, españoles por cierto, han aventurado que tal vez habrían sido mujeres las primeras artistas. Resulta bien significativo que nos sorprendamos ante ese posible protagonismo femenino, aunque es cierto que la iconografía habitual sobre de los autores del arte rupestre elige siempre un varón como pintor. Pero hace ya tres años que Dean Snow había afirmado en la revista National Geographic lo mismo tras estudiar las cuevas de la cornisa cantábrica: que fueron mujeres quienes pudieron hacerlas.

De las hipótesis „cuando no especulaciones„ de los científicos a la afirmación rotunda de las crónicas de los diarios va un paso muy pequeño que se da con toda alegría y sin necesidad de leer con demasiada atención lo que los especialistas han dicho. Como en tantas otras ocasiones, resulta muy difícil tener pruebas fehacientes de cualquier rasgo de conducta antigua, y no digamos ya nada de la expresión simbólica. Pero atribuir las pinturas de manos en negativo a las mujeres, o a los niños, es del todo razonable. Otra cosa es que ni siquiera imaginemos la forma de someter a prueba esa hipótesis.

Cuando vi de cerca las manos y los demás iconos de cuevas como El Castillo en Santander no me planteé en absoluto el sexo de su autor. Eran otros asuntos los que me intrigaban. ¿Por qué hay en realidad tan pocas pinturas o grabados rupestres, habida cuenta del enorme lapso de tiempo en el que generación tras generación de nuestros ancestros „o de nuestros primos los neandertales, quién sabe„ vivió en esas localidades? ¿Por qué suelen aparecer los iconos artísticos en el fondo de las cuevas, bien ocultos, en vez de exhibirlos como haríamos nosotros hoy? Al menos la técnica de iluminación que permitió ver en la oscuridad absoluta de los recovecos profundos de las cuevas se conoce: lámparas de tuétano, que arde e ilumina sin generar humo.

Supongo que es una leyenda urbana la que atribuye a Picasso, a la salida de su visita a la cueva francesa de Lascaux, la frase célebre de "no hemos inventado nada". Esos primeros artistas lograban representaciones dignas del expresionismo actual. Y si fueron mujeres quienes creaban aquellos iconos, en realidad vamos marcha atrás. Porque la pregunta que merece la pena hacer es ¿por qué hay, desde el Renacimiento al Impresionismo, tan pocas mujeres artistas? Y lo peor es la respuesta que se intuye.

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