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Intenciones

Intenciones

Los paleoantropólogos que nombraron en 1964 la especie más antigua de nuestro género que se conoce, el Homo habilis, tuvieron que explicar por qué le daban ese nombre ya que la palabra latina que describe a quien es habilidoso no pasó al inglés. La habilidad era la consecuencia de atribuir a los homininos de una edad cercana a los dos millones de años descubiertos en el yacimiento de Olduvai (Tanzania), como hicieron Louis Leakey, Phillip Tobias y John Napier, la talla de las herramientas de piedra aparecidas en la misma localidad.

Como es natural, fueron no pocos los especialistas que discreparon de esa atribución de un talento especial para la talla al Homo habilis; sus dudas, junto con la tesis original de la habilidad, se quedaron no obstante en el terreno de las especulaciones. No hay forma alguna de saber qué especies hoy fósiles manipularon las piedras. Pero casi cuatro décadas más tarde, cuando Julio Mercader y sus colaboradores publicaron en una revista comparable a la que había albergado la propuesta del Homo habilis, Science, el hallazgo en el yacimiento Panda 100 (Costa de Marfil, zona de África donde jamás aparecieron homininos) de restos de talla parecidas a las de Olduvai y atribuibles a unos chimpancés de hace cerca de 4.000 años, quedó claro no sólo que hay otros simios que utilizan herramientas sino que al golpear los nueces con un canto los chimpancés también producen lascas de piedra.

¿Cabe llamar "talla" a la actividad de quienes produjeron las lascas de Panda 100? Se apuntó que la diferencia con las de Olduvai estaría en la intención de conseguir esas herramientas, propia de la verdadera cultura Olduvaiense, frente al carácter accidental de los fragmentos de piedra de Panda 100. Pero ahora Thomas Proffitt, de la Escuela de Arqueología de la universidad de Oxford (Reino Unido), y sus colaboradores han publicado, en Nature una vez más, una conducta desconocida de los monos capuchino barbados „Sapajus libidinosus„ en su hábitat natural. Golpean los cantos de piedra para obtener lascas y núcleos, y utilizan luego esas piedras manipuladas para cavar o para ablandar los alimentos, e incluso como objetos de exhibición en los contactos sexuales. Como dicen los autores, resulta imposible negar que esa producción de herramientas es deliberada e implica una capacidad cognitiva alta. Tan alta como la que se atribuyó al Homo habilis „la comparación es mía„ entendiendo que con él se había puesto el primer peldaño de la escalera que lleva al despliegue cultural de nuestra especie. Sería ridículo sostener que los capuchinos barbados van a seguir ese mismo sendero. Pero el hallazgo de Proffitt y colaboradores obliga a mantener una cautela aún mayor a la hora de especular acerca de las capacidades cognitivas de nuestros antecesores. Se nos han ido a la basura los modelos simples que ligan la talla intencional al gran cerebro y a la innovación cultural acelerada del género Homo.

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