Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La ´playlist´ de Mallorca

La solución a la engorrosa insularidad

No solo películas y libros han promocionado Mallorca. También las canciones la dieron a conocer, como ´El puente´ de Los Mismos, en la que se desvelaban los trapos sucios de vivir en una isla

Los Mismos.

Nada de descuentos de residente ni de tarifas planas interislas: ¡un puente! Existía un modo más obvio de solventar el engorro de la insularidad y tenía que dar con la clave precisamente un grupo de forasters. Los visionarios en cuestión, perspicaces y certeros como la estrategia de Mariano Rajoy de dormitar durante la XI Legislatura, fueron los integrantes del trío vallisoletano Los Mismos, que hicieron mover más de un esqueleto allá por las décadas de los sesenta y setenta.

Y cuántos quebraderos de cabeza se hubieran ahorrado los mallorquines si algún prócer de la patria se hubiera atrevido a plasmar la propuesta que lanzaban los castellanoleoneses en una de sus canciones más famosas: El puente, de Jorge Morell y Ricardo Ceratto, en la que, sagaces como el inventor del palo para selfies, arrojaron algo de luz, en solo un puñado de versos, sobre uno de los principales inconvenientes que conlleva habitar en una isla: cómo salir de ella y luego volver.

Helena Bianco, Antonio Pérez Gutiérrez y Benjamín Santos Calonge conformaban el conjunto que difundió la receta para poner fin a las fatigas del mallorquín para escapar de sa Roqueta. El cóctel explosivo para la gloria lo componían una letra divertida a la par que resolutiva y una tonada muy bailonga más entrañable que las fotos de mininos de Instagram. En contrapartida, el videoclip del tema muestra una coreografía menos animada que la sede de Unidos Podemos la pasada noche electoral.

El resultado: una sonada joyita del pop melódico con vocación de servicio público con la que el trío compitió en 1968 en la V edición del Festival Internacional de la Canción de Mallorca. El hit no resultó vencedor, pero catapultaría al trío a la fama y fue el pelotazo indiscutible de los guateques estivales, o lo que es lo mismo, ese producto de la industria musical dado en llamar canción del verano. Lo cual supuso una promoción impagable para la isla, aunque fuera a costa de desvelar los trapos sucios de la insularidad.

Así, más de un mallorquín y residente en la isla podían verse claramente identificados con la reveladora letra de la estrella de la fiesta estival de aquel año.

Tengo miedo al avión,

También tengo miedo al barco

Por eso quiero saber

Lo que debo que hacer pa´ cruzar el charco

Obviamente, el letrista no conocía lo que es el auténtico terror:

los precios sangrantes de un billete de avión pillado en el furor del bullicio estival o aún peor, en el último minuto, tan prohibitivos como un Patek Philippe. Y tras compartir sus temores más profundos, al grano. A exponer la fórmula magistral para poner remedio a la infame conectividad isleña: nada más y nada menos que una coqueta obra de ingeniería de casi 300 kilómetros de nada que dejaría en una mera fruslería el Canal de Panamá. ¿Cómo es que nadie lo había pensado antes?

Yo sabría esperar

Porque el tiempo no me importa

Si construyeran un puente

Desde Valencia hasta Mallorca

Si construyeran un puente

Desde Valencia hasta Mallorca

Para, acto seguido, ufano vanagloriarse y relamerse de su clarividencia, aunque al parecer tras la genial ocurrencia ya no estaba para hazañas. El plan B para alcanzar la isla, de fábula, pero con las alternativas al barco y avión va a ser que pinchó en hueso.

Será maravilloso, viajar hasta Mallorca

Sin necesidad de tomar el barco o el avión

Sólo caminando en bicicleta o en auto stop

Será maravilloso, viajar hasta Mallorca

Sin necesidad de tomar el barco o el avión

Sólo caminando en bicicleta o en auto stop

¿Una burrada de kilómetros a dedo, en bici o caminando como si todos lleváramos dentro un peregrino santiaguero o un Contador? ¿Y llegar a la isla convertidos en una piltrafa humana echando los higadillos por el sobreesfuerzo? Pues ya son ganas de tirar por la borda una idea brillante. Tanta elucubración para volver a la casilla de salida. Alguien debería haber informado al sufrido autor que Valencia y Mallorca no son precisamente Brooklyn y Manhattan. Y que de nada sirve dar con la piedra filosofal de la insularidad, para luego, acto seguido, dinamitarla.

Compartir el artículo

stats