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Con ciencia

Lenguaje

Tenemos para nosotros que el lenguaje humano es único. Sólo él permite, gracias a la articulación de letras en palabras y de palabras en frases, transmitir un número virtualmente infinito de mensajes a partir de componentes muy limitados (menos de treinta consonantes y vocales). Los intentos de equiparar la comunicación de otros animales a la nuestra, o de enseñar un lenguaje humano a otro animal, han resultado infructuosos. Pero podría ser que, incluso siendo algo particular y específico, las leyes que controlan rasgos esenciales del lenguaje humano actuasen también en la comunicación de otros seres; algo que parece más probable si estamos hablando de primates, es decir, de un grupo de animales emparentados de forma estrecha entre sí.

El psicólogo de la universidad de Michigan en Ann Arbor (Estados Unidos) Morgan L. Gustison y sus colaboradores han publicado en los Proceedings of the National Academy of Sciences un trabajo que ha merecido los honores de salir en la portada de la revista. En él los autores sostienen que la ley de Menzerath, efectiva en el lenguaje humano, se aplica también a la comunicación de un babuino, Theropithecus gelada. La ley de Menzerath establece que la frecuencia en el número de episodios de comunicación guarda una relación inversa con el tamaño del vehículo que permite esa comunicación. Por decirlo de forma menos abstrusa, se dan más conversaciones con frases cortas que largas. Esa ley parece cumplirse entre los machos de los babuinos gelada. Gustison y colaboradores han medido el número de las llamadas de esos monos africanos y la duración de éstas. La relación resulta inversa: cuantas más llamadas se producen, menos dura cada una de ellas.

Se podría pensar que la ley de Menzerath no es de carácter lingüístico sino algo propio de cualquier código; al fin y al cabo la economía de medios es importante cuando se trata de codificar una señal. Dicho de otro modo, tenderán a tener éxito los mensajes que se basen en medios sencillos frente a otros que exijan sistemas más complejos. Si basta con una raya horizontal blanca en medio de un círculo rojo para que los conductores entiendan que no han de circular por allí no tiene sentido utilizar imágenes más complicadas. Pero aceptar que la ley de economía se aplica también en el terreno lingüístico, en especial apto para enredarnos todo lo que queramos, supone un paso adelante hacia lo que podríamos llamar los universales de las lenguas. Y si ese mismo principio vale para las llamadas de otros primates, entonces puede que nuestro lenguaje no sea después de todo tan particular.

Pero nos movemos en una generalidad tan grande que poco hemos averiguado. Ya sabíamos que el hecho de que un sonido signifique algo tiende puentes entre los humanos y, por ejemplo, los monos tota. Shakespeare y Cervantes continúan estando en otro universo que va mucho más allá.

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