Miquel Oliver, estudiante de doctorado de la UIB, desembarcó en Hanford el pasado agosto para pasar tres meses allí como colaborador externo. Dos semanas después, el observatorio LIGO detectó la onda gravitacional: "Nos despertamos porque todo el mundo tenía 200 e-mails y no sabíamos lo que estaba pasando; la gran pregunta era si era una señal inyectada o no y cuando se confirmó que era real, me puse en seguida en contacto con Alicia". Para Oliver ha sido "duro" mantener en silencio semejante descubrimiento estos meses, pero ahora que ha salido a la luz admite que siente que "no podía haber tenido más suerte" viviéndolo ese momento en primera línea.