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Tribuna

'El Niño' llama a la puerta

'El niño' es caprichoso, pero sólo hasta cierto punto. No tiene calendario fijo y sí apariciones discontinuas. 'El niño', además, avisa. Y todo indica que está ante uno de sus años fuertes. Algo gordo se cuece en las aguas del Pacífico oriental ecuatoriano, más o menos a la altura de las costas de Perú.

La opinión pública que tiene memoria selectiva y quebradiza se enteró de la existencia de 'El niño' en el invierno de 1997 a 1998. Meses centrales fríos en el cono norte, el nuestro, y del verano en el cono sur. Y meses devastadores en ciertas partes del mundo. Los anales recordarán los más de cuatro mil muertos que un alud provocó en Perú. La terrible sequía en Brasil coincidió con las inundaciones al otro lado de la frontera, en Argentina. En Europa se notó poco, pero el planeta tragó saliva. 'El niño' lleva cientos de años golpeando (los primeros registros documentados son de finales del siglo XIX), pero sólo lo tenemos en cuenta cuando pega más duro de lo habitual. Y más cerca.

La teoría la sabemos. Todo surge a partir del calentamiento de las aguas oceánicas que desde América del Sur apuntan a toda la costa asiática. Los meteorólogos conocen la frase de que los océanos marcan la pauta del clima. En el planeta los fenómenos parciales se interrelacionan, y, por encima de ellos causa y efecto al mismo tiempo, el calentamiento global. Mientras algunos estúpidos siguen negándolo, las noticias de sucesos se nutren a diario de esa inestabilidad contradictoria que, por ejemplo, hizo coincidir en diciembre las peores inundaciones en muchos años en el Reino Unido con la ola de incendios en Asturias y Cantabria. Y en la otra orilla atlántica, la sucesión de tornados en Estados Unidos en época nada frecuente.

Los expertos auguran unos meses conflictivos, con la Naturaleza desbocada. Un 'Niño' fuerte y duro suele aparecer cada nueve o diez años. Estamos, pues, en zona temporal de riesgo. Pero es que los primeros síntomas son, cuando menos, preocupantes. Todo el hemisferio Norte ha vivido un otoño particularmente cálido, y el invierno ha entrado con el mismo cariz. En el umbral entre dos años, alguien podría hoy darse una vuelta por el Ártico no en mangas de camisa tampoco hay por qué exagerar, pero sí con una cazadora convencional, sin morirse de frío.

Si se confirma que el año al que acabamos de despedir fue el más cálido desde que se tienen estadísticas fiables, habremos dado otra vuelta de tuerca contra el equilibrio mismo de la Tierra. No es casualidad la temperatura inusualmente alta, porque nada lo es en este viaje del planeta azul camino de su destrucción.

El efecto mariposa tiene una connotación poética y a la vez aterradora, porque nos recuerda que la vida y la muerte no están en manos de los designios humanos. Pero el efecto mariposa (consecuencias gigantes a partir de una causa nimia e imperceptible) no es el meollo del problema. No nos mata el aleteo de un insecto. Cuenta el relato bíblico que Dios separó las aguas del mar para permitir el paso de su pueblo. El ser humano, un recién llegado, va mucho más allá: las calienta para romper el equilibrio que imperó durante miles de millones de años.

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