Lo primero que sorprende al visitar 'Edvard Munch, Arquetipos', en el Museo Thyssen, son las conexiones de las obras expuestas con nombres como Gauguin, Van Gogh o Matisse. Nos lo explica la comisaria de la exposición, Paloma Alarcó.

Paloma Alarcó: Conoció a los impresionistas, que le influyeron un tiempo y le dieron determinadas claves pictóricas. De Gauguin le interesaron especialmente los grabados, la experimentación técnica que había hecho con el grabado, y que Munch llevó más allá; Van Gogh también fue un artista que le interesó a Munch, y por ejemplo aquí tenemos una maravillosa noche estrellada; hay obras también que son muy Matissianas, y es curioso cómo Munch influye en Matisse en el principio de su vida, y luego Matisse le influye a Munch en el final de su vida.

Pero la exposición es también un recorrido lineal desde la oscuridad dominante en la primera parte de la vida y obra de Edvard Munch hacia la luz que sus últimas producciones muestran a raudales.

Alarcó: Al volver a Noruega en 1909, Munch ya está seguro de sí mismo, y es un pintor aceptado, y deriva en una fuerza del color mucho más vital y colorista, mucho más expresiva. Sí que hay una transformación.

El Museo Thyssen, con Arquetipos, nos invita a reconocer, más allá del grito, a uno de los padres del arte moderno.

Alarcó: Ya en 1912 hubo una exposición muy importante en Colonia, en el Sondenburgh, y ahí Munch se presentó como uno de los padres de la modernidad, con Cezanne, Gauguin y Van Gogh. En su búsqueda y en su experimentación abrió caminos nuevos al arte moderno. Yo creo que sin ningún lugar a dudas hay que ponerle en ese trono de los grandes padres de la modernidad del arte del siglo XX.

Del 6 de octubre al 17 de enero, en el Museo Thyssen de Madrid.