"Nunca he temido la pérdida de mi vida. Sé que un día va a ocurrir, pero lo que me da miedo es el morir, que es muy distinto a la muerte". Para el escritor, traductor y articulista de DIARIO de MALLORCA Jean Schalekamp, la curiosidad es el único pálpito cuya ausencia pone el punto final sin remedio a una biografía. El humanista que huyó del paralizante sentimiento de culpa calvinista y que nunca dejó de sentir "el impulso de búsqueda" falleció ayer en Ca Na Sereta, su casa de Costitx, a los 89 años de edad.

Nacido en Rotterdam y educado en la severidad protestante, halló en Mallorca su edén familiar hace más de cinco décadas, cansado de Holanda y después de pasar unos años en el París de la efervescencia artística. Como siempre se encargó de recordar, "buscábamos el Mediterráneo y aquí caímos. Encontramos el paraíso y una casa barata". Llegó una mañana fría con su esposa Muriel Ten Cate, pintora a la que había conocido cuando ambos estudiaban Bellas Artes en Amsterdam, y sus dos hijos mayores, Asja y Jean Jacques. El menor, Fabián, nacería ya en la isla. Amigo de las paradojas, Schalekamp repetía siempre que su madre le afeó que se instalase en una país "con el que hemos estado 80 años en guerra", refiriéndose a la contienda de Flandes. Él, por su lado, se asombraba más bien de haber buscado la libertad "en un país fascista", y por eso eligió a sus amigos entre los antifranquistas y se mostró activo contra la dictadura.

Prefirió habitar en las afueras de las ciudades o cerca de la naturaleza en la Vileta, Randa, Secar de la Real y Costitx, en un cierto nomadismo facilitado por su oficio de traductor del inglés, castellano e inglés al holandés. Entre los escritores a los que prestó su verbo destacan Claude Simon, Marguerite Yourcenar, Miguel Delibes, Javier Tomeo, Ana María Matute y Arturo Pérez-Reverte, su gran amigo. El creador de Alatriste le dedicó El sol de Breda con humor y cariño, 'A Jean Schalekamp, maldito hereje, traductor y amigo'. En septiembre del año 2000, durante la presentación del libro en los Países Bajos, ambos decidieron devolver la llave de Breda al alcalde de la ciudad, una manera de saldar cierta deuda histórica, o "corregir la historia en plan simpático", relataban jocosamente.

Recordar/ liberar

Jean Schalekamp respetó siempre la memoria, la propia y la de los demás. En sus obras repasó su existencia sin añoranza y con honestidad. En el 'egodocumento' Sin tiempo para morir hablaba de su vida en el pueblo, sus episodios de problemas de salud y su infancia. "El libro está escrito de forma asociativa, las nubes grises de Randa me llevaron a otros grises de mi vida". Su educación sentimental y la juventud parisina quedaron negro sobre blanco en El Dr. Freud no estuvo aquí, un viaje de ida y vuelta en que volvió a pisar los escenarios del arte y las ideas, el lugar "donde nació el crítico con mi país natal. En París me independicé y a mi regreso me sentí un extranjero".

En una fecha tan significativa como el 23 de febrero de 1981, Jean Schalekamp publicó Mallorca 1936. D'una illa hom no en pot fugir. Hacía quince años que vivía en Mallorca, y tras investigar en los archivos de prensa y en los registros civiles, decidió recorrer la isla grabadora en mano para descubrir un pasado que no constaba en ningún documento. "Las heridas seguían abiertas. Algunos me contaron sus historias entre sollozos, pero en sus palabras no había odio, en todo caso rabia contenida e incomprensión". De todos esos relatos de desapariciones forzosas, violencia y represión surgió en 2011 un documental dirigido por Cesc Mulet y producido por La Perifèrica, una "radiografía del horror" para y por la memoria histórica. Su estreno en el Club de Opinión DIARIO de MALLORCA fue una de las últimas ocasiones de escuchar a Schalekamp hablar de su minucioso trabajo de custodia de biografías extraviadas, "como una penitencia por la culpa de vivir bajo una dictadura". Siempre la culpa.