Toni Catany (Llucmajor, 1942-Barcelona, 2013) jamás aspiró a documentar hechos, accidentes o proezas. Su fotografía dejó constancia de la belleza, del aire que rodeaba una escena, del paso del tiempo y de cierta mitología e identidad mediterráneas. Precisamente el paso del tiempo y la conciencia del hombre breve fueron las dos obsesiones que mayor envergadura tomaron en las últimas instantáneas que produjo, como si de algún modo intuyera que la muerte le esperaba girando la esquina. Son estas últimas imágenes, de una tristeza clásica rotunda, las que ahora se muestran en la planta noble del Centre de Cultura Sa Nostra, exposición producida en colaboración con la Fundación Toni Catany.

Son 32 los altars profans -título de la muestra- a los que dedicó horas en su casa-estudio de Barcelona. A tenor de los objetos que atesoraba e inmortalizó, el piso del fotógrafo transitaba entre los decorados de los salones venecianos y los talleres de los grandes pintores del siglo XX. La idea del altar nació de la relación entre esta expresión -altar profano- y un recuerdo lejano que retrotrajo al artista isleño a los meses de mayo de su infancia en Llucmajor, cuando, deslumbrado por la ornamentación de la marededéu de la iglesia del pueblo, jugaba con sus amigos a imitar aquel esplendor y aquellos fastos elaborando sus propios altares con imágenes religiosas, flores y cualquier otro objeto al alcance. Así, continuando con aquel juego infantil, Catany había empezado a reunir objetos personales muy queridos y que fueron ganando espacio en su piso de Barcelona. En cuestión de meses, los fue disponiendo sobre mesas cubiertas por manteles antiguos, telas que evocan desde el oropel oriental a la frugalidad rural. Composiciones. Luego las fotografió frontalmente, sin trampas. El resultado, lejos de la exuberancia colorista de los bodegones de los años ochenta, es más austero, barroco en la luz, atávico. Bodegones de estados anímicos provocados por las ausencias, el paso del tiempo, la contemplación siempre hiriente de la belleza y de los regalos de la vida.

Parafraseando a uno de los comisarios de la exposición, Alain d'Hooghe -el galerista de Catany en Bruselas-, "cada fotografía del mallorquín es una autobiografía". Todos los objetos inmortalizados en las obras son inseparables de la vida del artista: algunos provienen de su casa natal de Llucmajor; otros, de sus numerosos viajes: hay cerámica de Costa de Ivory o Egipto, de Grecia, ídolos precolombinos; y también conchas de mar de Mallorca, flores secas, tejidos de Ghana, telas de algodón usadas, temporada tras temporada, para la cosecha de la almendra en el campo de su familia, etc. Un inventario que habla de la muerte, del placer, del amor, de la amistad, del arte.

Amén de ser una suerte de "último homenaje" a Catany, en palabras del director de la fundación del artista y también co-comisario de la exposición, Antoni Garau, Altars profans exhibe los primeros resultados del artista tras probar con una nueva técnica de impresión: con pigmentos al carbón y platino/paladio. Un proceso que resalta aún más si cabe la pátina antigua y pictorialista que impregnó toda su producción. En esta nueva aventura técnica le acompañaron sus asistentes Àngel Alabarrán y Anna Cabrera. Para esta exposición, que ya pudo verse en mayo de 2013 en la Box Galerie de Bruselas, en la Trama de Barcelona y en Llucmajor, combinó el platino/paladio con la impresión giclée.

La clave del trabajo del llucmajorer bien pudiera encerrarse en los elocuentes versos de Luis Cernuda que asaltan al visitante en la salida: El recuerdo de unos días placenteros, / de una experiencia afortunada en nuestro existir, / puede cristalizar en torno a un objeto trivial que, / al convertirse indirectamente en símbolo de aquel / recuerdo, adquiere valor mágico [Ocnos]. Catany fotografió esa magia.