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Crítica de teatro

Madre amantísima

De Concha Velasco, de la gran Concha, puede decirse aquello que su compañero José Sacristán dijo de Fernán Gómez ("hay actores buenos, buenísimos y luego está Fernando"), o lo que se dijo en su día de Peter O'Toole: que era capaz de mantenernos en vilo leyendo las páginas amarillas. Olivia y Eugenio, su feliz regreso a los escenarios, se sustenta sobre todo en ella, que es una actriz sensacional, y esencialmente por ella funciona.

La pieza de Herbert Morote está construida con oficio artesanal. Persigue conmovernos, y eso es loable, con la historia de amor de una madre y de su hijo con síndrome de Down. No sé si era conveniente (es su elección) llegar a extremos tan dramáticos. Ese acercamiento al precipicio se va alternando, hábilmente, con pinceladas de humor y de humanidad. La historia resulta artificiosa y con contradicciones desde su mismo planteamiento, se aferra para continuar a las memorias maritales de la protagonista (con lo que la obra se transforma en un monólogo) y zozobra visiblemente en un farragoso discurso de obviedades que coquetea con la demagogia. La conclusión, ésta sí efectiva, hace que remonte, afortunadamente, el curso del relato.

Producción realizada con profesionalidad, Olivia y Eugenio cuenta ciertamente con una buena factura, a cargo del experimentado José Carlos Plaza, el escenógrafo Francisco Leal o el diseñador Lorenzo Caprile. Hugo Aritmendiz, entrañable, se nos mete en el bolsillo. Y también la gran Concha, que el sábado por la noche, ante un Auditòrium puesto en pie, nos recordaba su adoración por Formentor.

Olivia y Eugenio

Auditòrium (Palma)

Autor: Herbert Morote.

Dirección: José Carlos Plaza.

Intérpretes: Concha Velasco y Hugo Aritmendiz.

Escenografía e iluminación: Francisco Leal.

Vestuario: Lorenzo Caprile.

Música: Mariano Díaz.

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