La mujer como objeto y sujeto. Como musa en el arte clásico y ser complejo en busca de su identidad en la contemporaneidad. La mujer a principios del XX, la de Enrique Ochoa. La mujer en los tiempos líquidos de Bauman, la de Ana Laura Aláez. Un tratado femenino jalonado en dos exposiciones divergentes es el riel de las propuestas del Solleric para el ArtBrunch, que arranca esta mañana con perspectivas mejoradas después de un ejercicio de autocrítica tras el pinchazo de la edición anterior. El programa galerístico alza el vuelo (muchos proyectos individuales y apuestas nuevas) después de un año de aguas estancadas en que demasiados echaron amarras en las colectivas de fondo.

El Casal del Born es de los pocos espacios públicos que inaugura con el Brunch. En la planta baja, se levanta acta del magisterio retratista de Enrique Ochoa, un gran escrutador de la mujer a tenor de los 20 cuadros de distintas colecciones reunidos en Palma. Ochoa (1891) es un artista gaditano que estuvo ligado a Mallorca en los años 50, fue de la Escola de Pollença y un motor cultural de la isla. Para José F. Estévez Ochoa, nieto del artista y presidente de su fundación, la mujer que representó su abuelo es la "Eva moderna". "Pintó a una mujer española, pero muy diferente a la de Julio Romero de Torres o a la de Penagos, la suya es una mujer de ojos claros y tez de alabastro que estéticamente corresponde a un elenco de mujeres que se involucraron en la modernidad de los años 20", explica el también comisario de la exposición. Además de retratar a la fémina burguesa, pintó a la mujer profesional, a la mujer fatal, a la trabajadora, a las pintoras (es el caso de Carmen Osés) o a las bailarinas. En otra fase de su trabajo, también se adentró en las representaciones más alegóricas y desdibujadas, como en una pintura sobre la metamorfosis de Dafne. El paso de los desnudos y retratos más alegres (le joie de vivre) propios de los años 20 y 30 dan paso a pinturas más negras (como la de la mantilla) con féminas envueltas en rigurosas vestimentas a las que les tocó la austeridad de la postguerra española.

Si la muestra de Ochoa permite establecer clasificaciones de distintos tipos de mujer, la de Ana Laura Aláez (en el Aljub) huye precisamente de cualquier definición de género. A tenor de las obras de la artista, el espectador puede jugar a encontrar la identidad en la diferencia, que en realidad es lo natural para esta creadora que ahora vive en la isla. La primera serie fotográfica de la exposición, comisariada por Fernando Gómez de la Cuesta, recrea una suerte de Desayuno sobre la hierba (de Manet) protagonizado por mujeres "no normativas" en un parque de Londres. En ellas, hay un guiño a la pieza Chair de Allen Jones y la escenificación de "un ritual cotidiano de la diferencia". En la serie realizada en Mallorca, que pasará a formar parte de la colección artística del Ayuntamiento de Palma gracias a la donación de la creadora vasca, se ahonda en la búsqueda de la identidad femenina como tema cotidiano. Varias piezas más -muy destacable la última, rotunda, un rombo en tensión suspendido en una sala oscura- giran en torno al propio proceso de creación artístico, no en balde, la muestra se titula Pulso estético / Pulso poético.

Manuel Fernández, en el Box 27

El Box 27 vuelve a convertirse en el espacio perfecto para descontextualizar objetos u otros elementos para crear una nueva realidad artística. El espacio del Solleric comisariado por Tolo Cañellas se abre en esta ocasión al trabajo del malagueño Manuel Fernández, que con Column presenta una continuación de New Ruins, un proyecto digital en el que recrea las ruinas más conocidas del mundo -las interviene utilizando texturas digitales- para resituarlas después en Google Earth a través de una serie de coordenadas. En Palma, lo que hará es emplazar en un cubo blanco lo más aséptico posible -el Box- una columna del Partenón digitalizada otorgándole ex profeso una presencia física generada en una impresora 3D.