Gabriel Rosales (Barcelona, 1942; Palma, 2015) ha sido una de las grandes figuras de la música de Mallorca. Un guitarrista que descubrió el lenguaje del jazz de la mano de Manolo Bolao, creció como intérprete con Jim Hall en Nueva York, compartió furgoneta y grabó discos con Serrat y Llach, y marcó camino y pentagrama a varias generaciones de músicos. Su muerte, acaecida recientemente, deja huérfanos a sus discípulos, quien nunca olvidarán la huella que este "excelente músico, gran maestro y filósofo de la música" les dejó impresa.

"Para mí fue como un padre, alguien muy especial. Me enseñó tanto de la música como de la vida, para él era un binomio inseparable. Trasmitía fuerza y superación de una manera muy particular y diferente, y conseguía que siempre tuvieras fe con lo que hacías. Cuando todo era oscuro, él tenía una luz y esto me acompañará toda la vida", asegura el rockero Tolo Grimalt.

El guitarrista de Fyre es uno de tantos músicos mallorquines que decidió someterse al método de Rosales, algo que también probaron Guillermo Femenias, Tolo Servera, Rubén Andreu, Jaume Mateu, Jaume Nadal, Felip Carbonell, Israel Sandoval, David Bonet, Jon Cilveti, Eduard Nicolau o Toni Noguera, quien no olvida su guitarra en Cantares, el clásico de Serrat.

"Como persona era encantadora -añade Noguera-, y como guitarrista, una esponja, un sabio en cuanto a armonías y técnicas de digitación se refiere". Valga como ejemplo que "en ocasiones, cuando Paco de Lucía probaba un acorde o alguna escala, recurría al conocido volumen de Rosales, Cábalas con la guitarra (1997), libro que usaba a modo de consultas y que todavía hoy está en una de sus estanterías, en su estudio", señala Noguera.

Aquel libro, que lleva por subtítulo El secreto del arte de tocar, se agotó en muy poco tiempo y desde entonces se ha reeditado hasta en ocho ocasiones. Pronto tendrá continuación, porque Rosales, que en los últimos años fue disminuyendo el número de horas de clase para sumergirse en las profundidades de la investigación y el estudio, dejó concluido un segundo libro, "su testimonio sobre la vida, la música y el amor", apunta quien fuera su alumno y prologuista de este volumen, el profesor del departamento de Ciencias de la Tierra de la UIB Ivan Murray. Cuenta Murray que problemas de vista truncaron el destino profesional de Rosales, ya que no pudo entrar en la carrera de marina, que era la que su padre tenía pensada para él, y apostó por la música y la guitarra. Así, se formó en música clásica en los conservatorios de Palma, Valencia y Barcelona, con los maestros Francesc Guaita, Julio Rivelles o Juan Francisco Garrido. Su "espíritu inquieto y la necesidad de conocer y beber de las fuentes de la música" le condujeron a campos poco transitados en aquellos años, en particular a los terrenos del jazz, donde se encontraría, primero, con su gran amigo Manolo Bolao, y, posteriormente, con su gran maestro, el guitarrista de Nueva York Jim Hall. "De Hall aprendió, entre otras cosas, que los buenos músicos son aquellos que saben escuchar, que no hacen ruido, y que cuando dicen alguna cosa, es para crear belleza", apunta Murray.

Rosales no solo trabajó con Serrat y Llach, también con Quico Pi de la Serra, Maria del Mar Bonet, Raimon, Dyango, Duo Dinámico, Mocedades, Raphael, los Platters, Josephine Baker, Kessler Twins, The Four Tops, Tete Montoliu, Paquito d'Rivera y un largo etcétera.

Joan Bibiloni, otro ilustre guitarrista, le conoció poco después de que formara parte del Aula de Música Moderna i Jazz de Barcelona (1978) -su labor fue reconocida con el tiempo por el Berklee College of Music-, época en la que Rosales comenzó una nueva etapa en su vida: la enseñanza. Fueron años muy dinámicos, en los que tuvo que combinar grabaciones y conciertos con clases. "Una combinación complicada", afirma Bibiloni, quien subraya el "respeto" que siempre le profesó así como su "educación, discreción y humildad".

Rosales, "además de gran músico, era un gran pedagogo, su método de estudio y aprendizaje era extrapolable a cualquier disciplina. Muchos de nosotros, en plena locura de la veintena, sin darnos cuenta, gracias a su método también pusimos un poco de orden en nuestras vidas", reconocen sus discípulos.