Hay algo que le guste a un lector tanto como leer? Sí, compartir sus lecturas. Criticar, comparar, descubrir. Para eso nacieron los clubs de lectura, para disfrutar en compañía de una afición que se presupone, falsamente, solitaria. La llegada de las redes sociales ha ampliado estas relaciones literarias al hacer posible el encuentro y la puesta en común de personas que por motivos de tiempo o diferentes circunstancias no podían desplazarse personalmente, o porque prefieren participar desde su casa o desde cualquier otro lugar en el momento en que les apetece; se pierde en relación personal, pero se gana en accesibilidad: son otros tiempos, para hacer lo mismo pero de otra manera.

Los clubs de lectura 2.0 funcionan a la manera tradicional, como crítica e intercambio de opiniones, pero también ofrecen muchas más posibilidades: estar al día de los lanzamientos editoriales, recibir información y, lo que es más importante, recomendaciones personalizadas, lo que no está nada mal teniendo en cuenta que el número de libros que una persona puede leer en su vida es limitado y que según Google Books en el año 2010 había nada menos que 130 millones de libros publicados en el mundo.

Muchas de estas webs disponen de motores de búsqueda en los que con sólo introducir el título de nuestra última lectura nos recomendarán obras en la misma línea. Pero igualmente importantes, si no más, son las recomendaciones de otros lectores. El intercambio de opiniones y de títulos es la verdadera razón de ser de estas redes de lecturas digitales que, antes que todo, son clubs. En todos estos portales, los usuarios pueden valorar los libros que están leyendo, puntuarlos, escribir una reseña€

¿Son las redes sociales de lectores los nuevos prescriptores? No exactamente, porque nada puede sustituir la figura del librero de toda la vida, aquel que nos conoce y conoce nuestros gustos y hace de intermediario entre nosotros y la montaña de novedades o la galería infinita de libros del pasado. Además, un aspecto negativo de estas redes es el que nace de su propia existencia virtual: cualquiera puede escribir en ellas, y hacerlo por encargo, o convertirse en un elemento más de marketing de las editoriales, o ser utilizado como observatorio sensible de los gustos de la población lectora.

Esas sospechas se reavivaron hace unos años cuando el gigante Amazon compró una de las mayores redes sociales de lectura, Goodreads. Porque el principal valor de estas redes es su independencia, el hecho de ser cercanas y fiables. Como en todo en la vida, hay que buscar y comparar antes de comprar, es decir, antes de acercarse a una de ellas.