A la duquesa de Alba -Cayetana, como insistía que la llamaran- le gustaba Eivissa. Y la playa de Cala Bassa. Y escuchar misa en San Telmo las tardes de verano. Y pasear por las callejuelas de la Marina. Y recibir a sus amigos en su querida casa 'S'Aufabeguera', donde nunca faltaba el gazpacho y un buen pescado. La aristócrata, que falleció ayer por la mañana en Sevilla, conoció la isla a mediados de los años 70 y, desde ese momento, no faltó a su cita hasta este año, cuando su ya delicada salud se interpuso en su tradición veraniega.

"Era una mujer de costumbres, de rutinas. Si le gustaba una playa, iba a esa playa, si le gustaba un restaurante, volvía siempre, si le gustaba una tienda, repetía año tras año. Era muy fiel a los lugares y a las personas", recuerda el escritor Vicent Marí Botja, que tiene grabada la fecha en que conoció a doña Cayetana: el 21 de agosto de 1890. Fue a cenar a su restaurante, Can Domingo, con su entonces marido, Jesús Aguirre, y desde ese día, verano tras verano, se fraguó una amistad. "Ella siempre me pedía que no la llamara duquesa ni la tratara de usted", explica Botja, quien no accedió nunca a esa petición. "Eivissa pierde a una persona entrañable, una huésped ilustre y una ibicenca de espíritu", añade el escritor, que pasó bastantes veladas en 'S'Aufabeguera'(a la que la aristócrata bautizó así por un poema de Isidor Macabich) cuando su hermano Toni era alcalde de Sant Antoni. "En su casa, en verano, nunca faltaba una crema fría, principalmente gazpacho, y pescado", rememora el escritor, que recita de memoria lo que siempre pedía la duquesa cuando acudía a su restaurante: gazpacho, ensalada de queso de cabra gratinado y crema catalana. Vicent Botja insiste en la sencillez de doña Cayetana, una sencillez que, destaca, impregnaba su casa ibicenca, que hereda su hija Eugenia Martínez de Irujo. En esa casa se refugió el matrimonio en 1984, cuando varios robos en sus casas de Marbella y San Sebastián le hicieron temer que los ladrones no buscaban sus pertenencias sino secuestrarla.

Una casa que la duquesa y Jesús Aguirre inauguraron en septiembre de 1980 con una fiesta. El propio Aguirre explicaba días antes de esa fiesta por qué Eivissa había seducido a doña Cayetana: "El trato de la gente, que es tranquila, pausada, afable y que, además, no se dedica a señalar con el dedo por la calle". "Uno advierte que es reconocido en la calle, pero con discrección, cosa que es absolutamente inédita en otras partes de España. Es decir, que nos ven por la calle y saben quién somos, pero sin codeos ni codazos", añadía Aguirre en una entrevista en 1981 en la que Cayetana Fitz James Stuart alababa el paisaje de la isla: "El de esta casa de Eivissa no lo tiene la de Marbella". También explicaba la escasa vida social de la pareja durante sus vacaciones: "Salimos poco. Hemos visitado el museo y conocemos la naturaleza de la isla. Soy amiga de pocas fiestas". Asimismo confesaba su deseo de aprender "ibicenco". "Somos unos enamorados de esta isla, nos encanta", explicaba el matrimonio en una de sus visitas.

Sin molestias

Lo de que no la señalaran con el dedo ni se dieran codazos al verla es algo que la duquesa había descubierto en sus primeros veranos en la isla, cuando se sentaba en una terraza del puerto con unos amigos a tomarse un refresco sin que nadie la importunara. Nada que ver esa estampa con la de sus últimos veranos en la isla, cuando decenas de personas se acercaban a ella para pedirle fotos al verla en la playa, paseando por la calle o, como en 2008, en la procesión de la Virgen del Carmen de Sant Antoni. Y con todos ellos, posaba sonriente. Algo que sabe bien el diseñador Luis Ferrer, que compartió con ella varias tardes en su tienda de la Marina. Doña Cayetana acudía regularmente a misa a la iglesia de San Telmo. Los últimos años había perdido movilidad, así que al salir de misa, su marido, Alfonso Díez, la acercaba a la tienda de Ferrer, en el callejón junto al templo, y allí esperaba mientras él iba a buscar el coche. "Le sacaba una silla y fèiem sa xerradeta", recuerda el diseñador, que en más de una ocasión intentó espantarle a la duquesa, preocupado por si estaba agobiada, a los que se acercaban a ella para hablar y hacerse una foto. "Me decía que no pasaba nada, que no había ningún problema, que ya estaba acostumbrada y posaba y hablaba con todo el que se acercaba", explica Ferrer. Pocas veces la aristócrata se levantaba de la silla del callejón sin llevarse alguna prenda de moda Adlib. Faldas para ella, camisas para regalar o vestiditos de niña. i camisa ni corbata» en su maleta. Con "ropa ibicenca", como ella misma definía a la moda Adlib, recogió en 2005 el premio Tànit del Consell de Eivissa. La duquesa de Alba mantuvo una larga relación con Eivissa y trabó amistad con numerosos ibicencos a los que encandiló con su sencillez y cordialidad que ayer se apagó para siempre.