“Escribí para no morir, que es lo mismo que volver a nacer. Usé la escritura como asidero frente a la angustia”, recordó ayer el oncólogo y escritor Gustavo Catalán, a quien en 2006 le diagnosticaron un cáncer de colon que le obligó a “cambiar de trinchera en la misma guerra” y que ha convertido en literatura en Frente a mí, un libro creado a partir de las notas que tomó en las esperas, en el preingreso y en los momentos en que estuvo sumido en la enfermedad. “He aprendido a vivir el minuto y a estar bien conmigo mismo”, confesó.

La presentación del volumen, que fue seguida por numerosos colegas de profesión y por personas que han vivido de cerca un cáncer, propio o de un familiar, arrancó con unas palabras de Miguel Borrás, quien cometió el “sacrilegio” de desvelar el final de Frente a mí, “un final feliz”, apuntó. El director del Club DIARIO de MALLORCA, rotativo del que es articulista Catalán, advirtió de que a pesar de que su “lectura es dura”, pues “nos sitúa frente a la muerte”, constituye “un buen asidero tras un diagnóstico complicado” y sirve para “afrontar los miedos más humanos, posiblemente más que la Biblia”.

En un ejercicio de confesiones, el doctor afirmó que “siempre” ha sido “introvertido en cuanto a los sentimientos” y que recurre a la escritura como “refugio”. Parafraseando a Chéjov, señaló: “La literatura es mi esposa legítima y la medicina, mi amante. Cuando me canso de una, paso la noche con la otra”.

“Uno no escribe lo que quiere, sino lo que puede, y a veces las circunstancias te dictan”, expresó. Su dictado empezó “desde el mismo diagnóstico” y resultó “duro”. Apuntó “lo que sentía y reflexionaba sobre lo que leía”. Por sus manos fueron pasando libros de autores que miraron de frente a la muerte, como De profundis, del portugués José Cardoso Pires, quien en 1995 sufrió una isquemia cerebral, o La sal de la lengua, de Eugenio de Andrade, quien aclaró: “Escribo para ascender a las fuentes. Y volver a nacer”.

Su experiencia personal -“comentaron a puerta abierta que yo tenía un tumor maligno y se preguntaron: cómo se lo decimos”- le llevó a subrayar que la buena comunicación entre los pacientes de cáncer, los familiares y el equipo de atención de salud es muy importante y tiene que ser “gradual, lenta, con cuidado. Es como broncearse, quema”.

Las notas que escribía le sirvieron a Catalán para ayudarle a “buscar la objetividad, a buscar respuestas” que hoy le siguen siendo útiles. “No atribuí mi enfermedad a ninguno de los dos modelos que hay: aquel por el que se busca siempre un responsable, nosotros, una conducta errónea o como castigo por una culpa; o sostiene que uno se pone enfermo porque su organismo no está sincronizado con el reloj universal”.

“Los enemigos más peligrosos de la verdad son las convicciones, y yo tengo muy pocas”, espetó.

El momento más duro llegó cuando, ya intervenido, tuvo que decidir si debía tratarse o no. “Yo me decía que la enfermedad no estaba diseminada y podría evitar la quimioterapia. Pero decidirlo yo me hacía pensar que la verdad, en ocasiones, también se inventa. Por suerte, estando hoy aquí, parece que acerté”.

Pero su camino por los terrenos de la angustia no había concluido. Después “vino lo peor”. Pasados unos meses, tras someterse a una radiografía de control, le comunicaron que era probable que el tumor se hubiera diseminado. “Me oculté de la familia”, confesó. Al final, tras un PET que dio negativo y que “por enchufe” se le hizo rápidamente, “acabó parte de la angustia y empezó la convalecencia”.

“Si quieren saborear la felicidad, háganse convalecientes, si pueden”, bromeó. “Fue en ese momento cuando vi que tantas notas se podían convertir en un libro que contara que es posible volver a vivir después de un proceso maligno”, subrayó.

“Las esperas no son de justicia”, protestó. “Las pruebas de diagnóstico precoz en casos de cáncer de colon o de mama no pueden retrasarse. Son una prioridad”, insistió.

Catalán, que sigue ejerciendo de oncólogo, básicamente con pacientes de cáncer de mama, reconoció que superada la enfermedad ha estado “a punto de llorar en soledad varias veces”, algo que nunca le había ocurrido “tras ver al enfermo y meditar sobre su situación”. Frente a la denominada medicina alternativa, propuso como remedio una “educación sanitaria pública continuada, cosa que hoy no ocurre”.

Sin ella “seguiremos sometidos a los estereotipos de confianza de algunos que ganan dinero con eso”, dijo en referencia a la baba de caracol, el reki y otros estudios poco serios.