Distinguido con el Premio Nacional de Cómic el pasado año, ¿qué satisfacciones le ha proporcionado un galardón como éste?

El Premio Nacional ha tenido una función magnífica desde su instauración en 2007 y ha sido el conseguir algo que el cómic no tenía en España, que es el lector ocasional. En narrativa, las estadísticas indican que hay lectores que leen diez o veinte libros al año, y que también hay un número no pequeño que solo lee uno, el Premio Planeta u otro por recomendación. Ese lector ocasional en cómic no existía. El Premio Nacional nos ha dado acceso a esos lectores y ha producido un efecto de normalizar la situación, que se hable de cómic como de cine o literatura. Y también ha puesto cara a todo el entramado industrial: libreros, editores, distribuidores...

¿Se acerca el día en que veremos, como ocurre en Francia o Bélgica, a un ministro de Cultura leyendo una historieta?

Por desgracia tendrán que pasar muchos años para que eso nos resulte creíble en España. Recuerdo una frase del ministro Carlos Solchaga: "Ni leo ni hablo jamás de tebeos". Y también el plantón que me dio Jorge Semprún, en aquel entonces al frente de Cultura, en Angulema, donde fui galardonado.

Su nuevo cómic está salpicado por estos tiempos de miseria.

Ahora mismo estoy con él. Es un libro policiaco, una novela negra, algo que siempre quise hacer y se fue postergando. La historia gira alrededor del fraude de las preferentes, el timo del tocomocho. No está creada desde la rabia, pero se aproxima a ella. Sí desde la indignación.

¿Repetirá en el cine, tras su estreno con De profundis en 2006?

Estoy en el proyecto de una película en la que generaré el estilo de la misma y la totalidad de los personajes. La experiencia de De profundis fue estupenda, llegamos más alla de nuestras expectativas; pero también resultó extenuante: fueron cuatro años y medio de trabajo, y hecho desde la soledad.

Entre 1997 y 2001 creó más de 1.700 personajes para la serie Men in black. ¿Spielberg aún le sigue sus pasos?

Spielberg tenía los derechos de la serie y solo crucé un par de faxes con él, aunque seguro que los firmaba un asistente del primo de uno de la productora (risas).

En la presentación de la exposición Implosió, uno de los platos fuertes del festival Còmic Nostrum, la directora de Es Baluard reivindicó la historieta como "una de las bellas artes". ¿Estuvo acertada?

Durante el siglo XX la mayoría de los autores que se han dedicado al cómic no se han ocupado de esta pelea, la del reconocimiento oficial y la alfombra, salvo excepciones. A la mayoría, lo que nos interesaba era llegar al público, comunicar con él, y lo conseguimos a partir de los año 70. Después nos inventamos aquella etiquetita de cómic de autor, que en el fondo lo que reflejaba era adueñarnos de ese código, de ese lenguaje, para expresarnos como creadores. Pero salvo pocas excepciones ninguno perdió de vista que era un medio de comunicación. Un cómic no tiene sentido si no hay un mínimo de lectores que lo haga suyo. No importa que lo consideren la obra máxima del siglo XX o que les haya entretenido. Y ahí hemos tenido una diferencia fundamental con el resto de las artes, de la plástica y del conceptualismo que por una cuestión de evolución y que necesitó que fuese así, dio la espalda y renunció a la comunicación y se convertió en muchos casos en trabajo de tesis, casi filosófica. Quien la entienda bien y quien no... Cuando se haga una revisión académica e histórica de la plástica a lo largo del siglo XX y del XXI y se quiera estudiar cuál fue la evolución del dibujo y la gráfica, los referentes serán autores de cómic, ilustradores y animadores. La aportación de los grandes plásticos desapareció. Después de los últimos, de Otto Dix o Tolouse-Lautrec, ya no hay grandes dibujantes, en general, en cambio, el cómic rebosa de gente que ha innovado.