-¿Qué tiene de especial Como en casa ni hablar?

-Es nuestro humor de siempre. La última vez que estuvimos en Palma pudimos presentar parte de él, pero aún no estaba formateado. Es un espectáculo que hemos ido probando con el público en la sala Galileo Galilei, que es como nuestro laboratorio. Cuando tenemos los diferentes fragmentos del show testados, luego los ensamblamos. En Palma podrá verse todo ese ensamblaje y las mejoras posteriores.

-¿Es siempre ése su método de trabajo?

-Habitualmente lo hacemos así. Lo del laboratorio puede parecer que tiene trampa porque te evita la ansiedad del estreno. Es un método que aprendimos de Les Luthiers. Ellos, antes de estrenar en Buenos Aires, ponían en práctica sus números por teatros de Argentina.

-¿Quién es la persona que más le hace reír?

-Mi compañero Carlos Faemino. Es el cómico más gracioso de la historia de España. Es tan versátil: improvisa, imita, pone voces y tiene unas manos que parecen de dibujo animado. Es impresionante.

-¿Cuál es el estado de salud del humor español?

-Es excepcional. Es un estado que comenzó con el fenómeno, al principio impostado, del monólogo, importado del mundo anglosajón. Un modelo en el que se reflexionaba humorísticamente sobre la vida y que en sus comienzos salía poco natural en nuestro país. Ahora ya no es así. El nivel es altísimo. Podría ahora mismo nombrarte a 20 humoristas españoles que tienen nivel mundial. Eso también es gracias a la mejora del público. Porque antes decías algo un poco fuerte, no sé, hacías una referencia naif a la Casa Real, por ejemplo, y la gente se agobiaba. Ahora es totalmente al contrario. Por otra parte, la preparación de los cómicos es elevada. Ahora son universitarios, tienen carreras, etc.

-¿En qué formato o género la risa es más débil?

-En la televisión española. En la pantalla aún le falta nivel a nuestro humor. Te has de ir a canales un poco alternativos para encontrar algo interesante. En la tele convencional, no hay nada. Lo mejor está en los teatros y el circuito de bares.

-Aún no ha mencionado internet.

-Internet es muy inmediato y yo soy mayor, necesito un planteamiento más clásico de introducción, nudo y desenlace. Para mí lo que se hace en internet estimula pero es poco elaborado porque es demasiado inmediato. Es lo que tiene ese medio, que es efímero, rápido. A los 15 minutos, muchas cosas ya no valen. Yo prefiero reposarlas.

-Pese a la atemporalidad de su humor, supongo que en algún momento habrán de tirar de la actualidad para hacerse entender.

-Sí. Carlos y yo somos personas del hoy, a pesar de ser mayores. Y tenemos una formación. Estamos atentos a lo que pasa. Dentro de eso, hay una serie de aspectos de la vida real que no nos interesan porque nos dan mal rollo. En el guión de los espectáculos nos negamos a la coyuntura social o política. No es nuestro hilo conductor. Otra cosa es que en una improvisación digamos ébola o tarjetas opacas.

-¿Qué le pasa con los políticos?

-La política me parece odiosa. La detestamos, nos da urticaria. La idea del político me produce urticaria. Con la edad, cada vez odio más a todo el mundo.

-¿Por qué?

-En mi juventud estuve muy politizado, como luchador y comunista, y ahora estoy vacunado contra todo eso. La política siempre se queda en la intención, en el discurso, y no puedo con eso. También es cierto que es una cuestión personal mía.

-Haciendo honor a su nombre, ¿de qué está realmente cansado?

-De estas cosas que te he comentado. De la palabrería. También me canso de viajar. Llevo 20 años sin parar de hacerlo y cada vez me desmotiva más. Por otra parte, cada vez me interesan menos las personas. Me gustan para un rato, luego me canso.

-¿Se fía de alguien que no se ríe de sí mismo?

-Me da miedo quien no tiene sentido del humor. El sentido del humor te hace ver las cosas con distancia, y eso es positivo y necesario. No me gusta la gente que tiene un discurso pétreo, rígido. La gente que no se ríe da miedo porque es capaz de cualquier cosa.

-¿Sigue siendo fan de Louis C.K.?

-Con Louis y su serie Louie me está pasando un poco como con Woody Allen: cada vez hacen menos humor y se ponen más trascendentales. En la cuarta temporada de la serie, Louis ya no está buscando la risa. No sé por qué. Los humoristas allí son grandes estrellas. Y quizá llega un momento en que el humor les sabe a poco. Es un error, porque el humor es para mí lo máximo en el universo de la creatividad. En España, el cómico no tiene prestigio o tanta consideración social como un novelista o un músico. La gente se cree que eres un cachondo, todo el día haciendo chistes. Aquí no se ve el trabajo de escritura e intelectual que hay detrás. En el mundo anglosajón, el humorista ha sustituido casi al actor y al rockero. Llenan estadios.

-¿Qué hace cuando está triste?

-Depende. Si no he de actuar, me regodeo en la tristeza. Siempre he pensado que los sentimientos, absolutamente todos, son buenos. Si he de actuar, no puedo estar mal. Por eso, si me siento triste, pongo en práctica dos ejercicios: meterme un lápiz en la boca, lo que me obliga a dibujar una sonrisa forzada y así engaño al cerebro. Y lo segundo, dar saltos durante un par de minutos como los tutsis. Va de perlas.