Un encuentro con Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) es no saber nunca con certeza qué otro (yo) está siendo el escritor en ese momento. Hoy [por ayer], asegura que, en puridad, es aquel que habla directamente de la obra literaria, "sin más". Una producción que anoche recibió el Premio Formentor de las Letras, dotado con 50.000 euros. "Los galardones no cambian nada, he recibido muchos. Cuando les digo a mis amigos que me han agraciado con uno me replican: ´¿otro?´ Ya no digo nada para no aburrirles", bromea. Sin embargo, el Formentor es un reconocimiento que "merece importancia" en su biografía porque es otorgado desde "esta isla a la que vengo hace 30 años y en la que tengo lazos familiares [su esposa es la isleña Paula Massot]".

Aferrado anoche a su yo-escritor en la faceta más explicativa (y también irónica), Vila-Matas anunció que el próximo año viajará al off Broadway a fin de trabajar como actor en la adaptación de su novela París no se acaba nunca. "Me llama la atención ir a Nueva York, me divierte la idea de ir allí a interpretar un papel y de ir a trabajar a un teatro. A veces necesito sentirme otro", confiesa el autor de Kassel no invita a la lógica. Un "a veces" que es más bien un "siempre" habida cuenta de que su literatura "se distingue por la necesidad de ser otro, aunque después yo mismo acabe siendo otro distinto al que se suponía que tenía que ser al principio", señala con inteligencia.

Uno de esos yoes que ha abandonado definitivamente Vila-Matas es el de justiciero estilo Clint Eastwood. "Me definí en una ocasión como él porque era como un justiciero de la noche que acudía a los bares para distinguir entre los que eran tontos y los que no", relata. "Era algo peligroso; ahora si veo a alguien que me parece tonto en la tarde o en la noche ya no lo digo".

Vila-Matas pronunció anoche en la entrega del galardón un discurso que a su vez contenía y desgranaba los ingredientes de su literatura. El autor se explicó a sí mismo desde sus propios mecanismos literarios como escritor. Un parlamento de metaescritura, de metaVila-Matas.

Si el barcelonés habita en ese tejido -parecido a la frontera- que separa la ficción de la realidad, un tejido o frontera que él mismo trata de diluir, es pertinente preguntarle dónde reside el concepto de verdad. "La realidad es subjetiva. Lo que sucede en el mundo para mí no es suficiente si no se interpreta. Para mí, esta última actividad se acerca más a la verdad. En mi caso, me acerco a la verdad a través de un relato ficticio que no consiste en contar literalmente lo que pasó. Por otra parte, creo que la verdad absoluta no existe", refiere. En este sentido, el autor cree que la novela en general plantea preguntas pero no ofrece respuestas cerradas. "Al protagonista de En Kassel no invita a la lógica le prometen que le desvelarán el enigma de la existencia, empresa que desde el principio está abocada al fracaso", observa.

Escoltado en sus novelas de un enorme fresco de escritores, su "idolatrado Hemingway" es como "si formara parte de mi propia familia. Sin darme cuenta y con afecto, creo que me he reído demasiado de él", confiesa Vila-Matas. "Es que me hace reír eso de que para ser un escritor bueno es necesario cazar elefantes en África. ¿Qué nos perdemos los que escribimos, la Abisinia de Rimbaud?", se pregunta para contestarte a sí mismo: "No es necesario perder el tiempo cazando elefantes para escribir".

Esa tensión entre literatura y vida supone el centro de la obra del autor de Dublinesca. "Una tensión que ya está en el Quijote o en Tristram Shandy, y que en el fondo es el debate mismo de la novela", sostiene. "Si literatura y vida son distintas, ¿nos perdemos algo cuando escribimos? Y si son lo mismo, ¿significa que la literatura se incorpora a la vida? Esto último es lo que hacía Borges: ver y leer la vida de forma literaria", extremo con el que también se identifica Vila-Matas. "Borges [quien se alzó con el Formentor en 1961] lo que lee acaba situándolo en un contexto distinto: si lee una historia del cristianimo la sitúa como si fuera un cuento de terror", refiere el escritor. "Yo uso las citas y las saco de contexto también. Así voy construyendo mi propio canon, mi familia de escritores, y también hago de este modo un ejercicio de crítica literaria dentro de la narrativa", explica. Sobre la profesión de crítico, pocas concesiones: "Los mejores son para mí los narradores y los escritores, con sus ideas aportan a veces mucho más que los críticos que no son autores, que en algunos casos [sólo algunos] son parásitos. Si hay un crítico inteligente, le agradezco sobre todo que se anticipe con sus consideraciones al resto", manifiesta.

Acerca de la acusada literaturización a la que Vila-Matas somete la realidad, planea la figura de un escritor opuesto a ese proceder, Juan Marsé. "Escribí un artículo que comenzaba con la narración de una escena en la calle: una señora que se había desplomado frente a mí tras recibir una noticia en el móvil, un hecho que me sacó de mis pensamientos. Al poco, Marsé me escribió calificando de ´sorprendente´ lo mucho que había tardado en descubrir la realidad", señala entre risas Vila-Matas. "Hay una frase patentada por Marsé: dice de mí que me acerco cautelosamente a la realidad. Para mí, Marsé sigue siendo Pijoaparte. Cuando me bajo del taxi se despide de mí así: ´Adéu, records al Kafka". "A él le gusta Dickens. Y me parece muy bien. Y Kafka también leyó a Dickens. Kafka es una prolongación de Dickens pero cuenta la realidad desde otros vericuetos, eso es todo", argumentó el escritor de Bartleby y compañía, que ayer regresó a las escalinatas de un hotel que hace justo cincuenta años visitó con sus padres y sus dos hermanas. "Recuerdo que aquel 30 de agosto de 1964 llegó la hora de irse. Estaba yo en estas escaleras e inicié un movimiento de resistencia para impedir que dejáramos el lugar. Hoy pido discreto permiso para poder regresar a estas escalinatas a fin de poder tratar de completar mi paseo interrumpido".

Al final, exhibiendo capacidad para quitarle hierro a sus propias dudas acerca del lugar que ocupa en el mundo y a sus disquisiciones sobre ese personaje único de diferentes personalidades que ha ido asomando narración tras narración, Vila-Matas confesó: "Igual lo esencial nunca fue encontrarse a uno mismo, sino aprender a no bajar la guardia ante el tedio o las ideas inmóviles. Por eso me parece idónea la respuesta que, según cuenta Baroja, dio un andaluz cuando alguien le preguntó si su apellido era Gómez o Martínez. Da igual, dijo, la cuestión es pasar el rato". Y, mientras en ésas estamos, ya han pasado 66 años y decenas de libros. Vida y literatura.