"No se puede tocar nada, y menos cambiar las cosas de lugar. Si ese montón de ropa está colocado justo ahí -el regidor de Los miserables Juan Carlos Fernández señala con el índice una pila de trajes-, no es por desorden o caos sino por un motivo importante", advierte. A una hora de que la función comience, se desenvuelve entre bambalinas a velocidad de crucero el "capitán del barco", apodo profesional para el regidor en el backstage. A él le llaman "capitán" porque cada puesto en la cadena de mando detrás del escenario tiene su equivalente en profesiones vinculadas a la autoridad. En este musical, los roles también se atribuyen a quienes quedan fuera del libreto. Costumbres actorales.

Mientras el elenco practica ejercicios de voz en la sala de calentamiento (octava planta del Auditòrium), el regidor Fernández revisa cada elemento de este engranaje llamado Los miserables, que funciona con precisión de relojería. "Todo ha de estar medido al milímetro. Se puede ir todo al garete si no se encuentra una peluca", comenta desde la segunda planta, la de acceso directo al escenario. Desde su cuarto de control, coordina a los diferentes equipos que hacen posible el montaje en gira más grande que jamás se ha levantado en España. Desde los monitores, pantallas y los canales de audio, "el capitán" es como ´el gran hermano´ que tiene ojos y oídos en todos los rincones del escenario. "Desde aquí voy dando orden a la entrada y la salida de decorados, personajes, componentes de tramoya, movimientos de utilería, los juegos de luces", enumera. Elementos, todos ellos, "puestos al servicios de la música". "La pauta del espectáculo es la partitura y el director musical, que es de quien tengo que estar más pendiente en realidad. Cada una de sus indicaciones a los 17 músicos de la orquesta suele coincidir con una de mis órdenes [llega a transmitir más de 600 cada noche] a los distintos departamentos de entre bastidores", refiere. Bajo su tutela, siete profesionales en luces (con más de 400 juegos diferentes), y otra media docena en maquinaria, cambiando los telares y elementos del decorado hasta ochenta veces.

En contraposición al jefe de regiduría, "está el policía bueno, que es el regidor que está detrás del escenario y que se ocupa de controlar que todo el mundo esté preparado, de si es necesaria alguna sustitución de personajes o de si falta alguna pieza de vestuario. Él ayuda al elenco, es como una ONG", bromea "el capitán" Fernández. Sorteando los obstáculos en el escenario, con la utilería y la ropa organizados por orden de aparición en el libreto, irrumpe un actor para ensayar y entrar en situación. Ezequiel Salman, del elenco, se sitúa sobre unas galeras, prueba posturas, se prepara para cantar, mueve los brazos, se coloca el chaleco. "No puede haber sorpresas. Hay que tenerlo todo muy claro. Yo llego a cambiarme de vestuario en 15 ocasiones porque me meto en la piel de ocho personajes", confiesa.

El reloj no miente: faltan treinta minutos para el show. Hora punta en los pasillos. Congestión en la peluquería. Carlos Delgado y dos profesionales más recogen con horquillas tanto el pelo de las actrices como los dos micrófonos que gastan todos los actores para amplificar la voz. Y llega el momento de colocar las pelucas de las primeras escenas. "Tenemos un centenar de ellas, todas de pelo natural. Y a casi todas hay que hacerles dos o tres peinados distintos a lo largo de la función, una labor que no puede durar más de tres minutos", calcula Delgado. En medio del pasillo, dos postizos en un horno de pan. "No nos queda más remedio que usarlo de secador porque hay que lavarlas cada día", detalla. Los espejos de los camerinos exprés -usados para cambios rápidos entre cuadro y cuadro- se convierten también en lugares para dejar advertencias simpáticas y cotidianas a los compañeros, como "No me toquéis el fli fli [refiriéndose al pulverizador de agua]", en mayúsculas impresas en un folio de papel.

Los intérpretes no llegan con demasiado tiempo al backstage. A diez minutos del arranque, se aglomeran frente a vestuario. Gurutze Esteban es "la sheriff de sastrería", asegura, exhibiendo en su camisa la típica estrella de los representantes de la ley en los westerns. A su cargo tiene a otras diez personas para tener a punto casi dos mil piezas de ropa para los 33 intérpretes que suben al escenario. Las prendas más vistosas, refiere, las de la escena de la boda final, con un valor de más de mil euros, o las de Monsieur Thénardier. Mientras se ultiman los retoques, penetra entre bambalinas el primer runrún de la platea. El público está preparado. Y ellos, la parte invisible del espectáculo, también.