Cuando Gabriel Cañellas y los suyos decidieron que a la derecha -su derecha- lo que le interesaba era el mando en plaza y la obra pública, decidieron también que cedían a la izquierda la cultura -sea lo que sea eso- y la lengua -fuera lo que fuera ésta-. Ahí se cometió la primera traición al pensamiento conservador de la cultura mallorquina. La columna vertebral que va del historiador Quadrado a Miquel dels Sants Oliver y que continúa en Joan Estelrich pasando por Joan Alcover -sí, por Joan Alcover- quedó, o bien abandonada en el desván, o bien en manos del revisionismo nacionalista.

La orfandad política de la cultura -a no ser que ejerza de izquierdista, que ahí sí tiene padres, madres, hermanos y hermanastros- se confirmaba una vez más para regocijo de los administradores de bulas y anatemas por un lado, y para los partidarios de otra construcción nacional por otro. Mientras, los escuderos, camaleones y servidores del poder, por su parte, sacaban tajaditas personales y congeniaban con quien fuera necesario. Entonces se ensalzó la figura de Gabriel Alomar como símbolo y se le sumaron unos cuantos nombres -poetas en su mayoría- que vertebraran lo que nunca había estado vertebrado, pero que también formaba parte de la cultura de Mallorca. Llompart ofició de gran maestro de ceremonias y fue premiado con un catafalco en el Parlament. Y en cuestiones de lengua no se quiso mirar hacia la sensatez de Francesc de Borja Moll y se optó por las tesis de su hija Aina, empadronada en Catalunya y con carnet pujolista. Las cosas como son, que decía Cristóbal Serra.

Fue entonces cuando cuajaron institucionalmente el maniqueísmo y el sectarismo. La cultura, ese juguete en manos públicas, tiene eso. La derecha por sentirse excluida de algo que había rechazado desde su ignorancia. La izquierda nacionalista por sentirse en posesión de la verdad. De aquellos polvos, créanme, han venido los lodos de la deserción gubernamental en la toma de posesión del sillón ´n´ de la Real Academia de la Lengua Española, por parte de la mallorquina Carme Riera. Según por donde se mire, lo que se llama un feo. Según por donde, una torpeza inconmensurable. Y mírese por donde se mire hay que acudir a una magnífica expresión nuestra: ´aquest no té trato´. Efectivamente, si por sus hechos los habéis de conocer, aquí han dejado claro que ´no ténen trato´.

Les refrescaré la memoria, en caso de que la tengan. Se la refrescaré, lleven o no banderita en la muñeca. España, además de una historia desgraciada, también tiene otra digna de valoración y alabanza. Y es larga, compleja y rica, no se deje engañar nadie por el derrotismo fácil o las adaptaciones interesadas. A ella pertenecen, por ejemplo, dos instituciones que sólo por sí mismas justifican nuestra historia común: una es el Museo del Prado; la otra la Real Academia, donde los mallorquines no han abundado, pero han sido. Estuvo Antonio Maura. Estuvo el filólogo jesuita Mir. Estuvo Llorenç Riber. Y está ahora Carme Riera. Era una oportunidad para enorgullecerse como sociedad y estar ahí representándonos a todos, que es lo que ha de hacer un gobierno. La han desperdiciado con estupidez supina.

Pero vuelvo al sectarismo, del que no se han ido nunca. Hace unos años el llamado Govern de Progrés celebró una exposición antológica de Miquel Barceló. El pintor mallorquín había hecho alguna que otra declaración contra el anterior Govern del PP. Pues bien: nadie del PP estuvo en esa inauguración. Nadie. En el caso de Carme Riera, sospecho que la ausencia ha sido debida a su firma contra la política lingüística del Govern actual. Si es así -y si no lo es disculpen, pero también está mal- la ausencia, además de estúpida, me temo que es vil. La vileza, ya saben, es el puerto de arribada de todo sectarismo. En democracia, los gobernantes deberían ser comprensivos con sus críticos. Y cuando no lo son, mal vamos. Si se han atrevido con una flamante académica que, además, no es una crítica del poder, imaginen. Pero piensen en el origen de todo esto y échense a llorar. Como Boabdil. Consuelo en los bolsillos no van a encontrar. Y éstos, ni pañuelo.