Un Sant Jordi ecléctico -por las muchas y diversas actividades organizadas-, con bullicio -por el pasacalles de Ànima Circ o los músicos callejeros- y acaso la edición que confirma "su arraigo en Palma", concede el presidente del Gremi de Llibreters Francesc Sanchís. Sea como fuere, el Dia del Llibre estuvo bien, hubo "ambientazo" y se hizo caja (más de lo esperable), "un montante muy similar al del año pasado". O sea, Sant Jordi fue un camino de rosas (populares y capitalistas), pero de las que no tienen espinas. Las rosas naturales se ausentaron de los puestos callejeros para desviar a los compradores de flora a los floristas -los libreros se pusieron el chip modo Cataluña on-, una medida que también fue tomada porque "otros años [el anterior sí las pagaron de su bolsillo] se compraban las flores a partir de las ayudas públicas que el gremio recibe para organizar actividades como la Fira o la Setmana", expone Sanchís, "y hemos creído conveniente ahorrar ese dinero para la feria de finales de mayo", agregó. "Sabíamos que la gente iba a quejarse este año por la falta de rosas en las paradas, pero creemos que el modelo catalán de Sant Jordi [allí se compran a los floristas] funcionará", indicó. Sanchís asumió la posibilidad de que en ediciones venideras el sector floricultor pueda montar pequeños expositores junto a los de los libreros (un factor que no depende de él, claro), un cambio que devolvería a la jornada el rojo natural y la sana costumbre de regalar una flor a quien profeses afecto o a quien te dé la gana. Todo hay que decirlo, el Corte Inglés fue uno de los pocos establecimientos que ayer continuó obsequiando a los clientes con una flor. En realidad, pocos se desplazaron a por rosas a una tranquilona Rambla. Por ello, hubo sucedáneos. Las rosas de mentira, en papel o cartón, brotaban, rígidas, de los jarrones acartonados de las paradetes de Sant Jordi. Pese a ello, hubo puristas: el guionista David Mataró siguió fiel a su flor natural (también a su libro, claro). "Es normal, soy catalán", argumentó. Él ya viene con la costumbre inoculada.

El Dia del Llibre fue casi de solsticio de verano (literariamente, lo fue completamente), y, por poco, el santo no se pone en tirantes. Los escolares son los primeros en llegar con sus ojos infantiles y con sus ejercicios y gincanas. Los alumnos de sexto de Primaria de Juan de la Cierva buscan lugares históricos para contestar a las preguntas del profesor y explican que han celebrado la semana cultural de Don Quijote en el colegio. Orgullosos, alzan sus gerónimos stilton o sus libros de Bárbara Park, sus adquisiciones librescas, sus primeros mitos y sus ficciones, antes de que lleguen las decepciones de la vida normal.

En cambio, con menos inocencia y candor, Sant Jordi también revela una parte más interesada, mundana. Como cada año, los partidos (todos, incluso algunos con caseta propia) aprovechan o para hacer un poco de campaña o para acercarse a los votantes. Los primeros en hacerlo son el alcalde Mateo Isern y el concejal de Cultura Fernando Gilet. El primer edil cantó las bondades del libro en papel por encima de soportes digitales, y alabó la cultura escrita, "que está siendo sustituida hoy en día por otro tipo de entretenimiento". Isern relató que por la mañana contó a un grupo de alumnos de la Escola Pública de la Soledat distintas rondalles, las mismas que su tía abuela le contaba de pequeño. En Son Gotleu, pudo visitar junto a Gilet una exposición de tomos y comida organizada por un grupo de gente joven del barrio.

Si bien el año pasado los próceres del Ayuntamiento se fueron sin comprar, este año sí cargaron con bolsas de libros. En concreto, Isern y Gilet se apuntaron a la moda de las memorias de infancia. El primer edil optó por Solsticio del escritor y articulista de este diario José Carlos Llop (a quien las horas para firmar ejemplares casi se le solapaban), y el responsable de Cultura se decantó por Temps d´innocència de la académica Carme Riera, dos títulos que motivaron que Sant Jordi mirara ayer con ojos de niño.

En Cort quedó claro que prefieren el papel para la literatura, en cambio, el conseller de Cultura Rafel Bosch (que hizo parada en el expositor que el Institut d´Estudis Baleàrics instaló en la plaza de Cort) se declaró usuario del formato e-book, pues en él está leyendo Victus, de Albert Sánchez Piñol. Raro iba a ser no tener a Bosch enfrente -todos conocemos sus opiniones sobre la lengua- y no preguntarle sobre la cuestión lingüística. "¿Se compraría usted la gramática de la lengua balear [llengo baléà]?", le espetó una pizpireta periodista. A ello, el conseller, contundente y muy serio respondió: "No conozco esa lengua, hasta ahora no la conocía, no me interesa y no sé qué futuro tendrá. Yo lo que hago es promocionar la literatura en catalán y castellano", respondió. Por otra parte, sí reconoció la existencia de las diferentes modalidades del catalán en los distintos territorios, "algo que normativamente puede suponer la recuperación de palabras propias de las islas, pero lo otro [lo de la lengua balear] es algo que yo no comparto", zanjó. Por su parte, el responsable del Institut d´Estudis Baleàrics, Antoni Vera, defendió haber subvencionado la revista Toc-toc del Círculo Balear con el argumento de que "la publicación está escrita en una lengua normativa según el Institut d´Estudis Catalans. Usa el artículo salado, algo que está permitido", apuntó.

Pese a las polémicas lingüísticas, la calle apenas alzó su queja contra los políticos por los bretes lingüísticos en los que chapotea el Govern. Únicamente, un grupo de jóvenes elevó el grito de "A Mallorca, en català" cuando divisaron al vicepresidente de Cultura Joan Rotger y su directora insular Catalina Sureda. El resto de representantes políticos optaron por una espantada sigilosa. Tampoco querían espinas.

Además del listado de más vendidos, otras librerías acercaron a los ciudadanos títulos menos conocidos. En Los Oficios Terrestres, Lola Fernández desempolvó volúmenes de editoriales como Gallonero, Impedimenta o Cabaret Voltaire. También despachó varios ejemplares de Pornoterrorismo de Diana J. Torres o una nueva edición de Anna Karenina. "En general, la gente solo se lleva un libro, sólo los que me conocen me compran más", explica la librera. La bisnieta de Miró narró ayer una anécdota que sorprendió a muchos libreros. "La televisión gala France 24 nos encuestó sobre el impacto en la sociedad del caso Urdangarin y sobre el futuro de la monarquía", explicó. "Pensaron que nosotros tendríamos más opinión política que otros ciudadanos", observó Fernández.

Mientras cae la tarde, se suceden las lecturas de Santiago Rusiñol en Es Baluard y van llegando a su fin las firmas de los escritores (entre los que rubricaban, también estaba el colaborador de este periódico Biel Mesquida). El día está fresco, sin espinas, y Sant Jordi cierra, satisfecho, sus grandes ojos de niño porque Palma respondió ayer como una ciudad de verdad. Como una de ésas en las que se compran libros. ¿Se debieron dar cuenta los periodistas franceses?