En la soberbia Celebración, Thomas Vinterberg planteó los abusos a menores como una bomba retardada de relojería. En La caza reflota el mismo problema desde una perspectiva diferente y más desasosegante. Inciso jurídico: ante una denuncia, la ley exige a un denunciante que demuestre sus acusaciones, la llamada carga de la prueba. Vinterberg plantea una excepción: cuando el denunciante es un niño pequeño y el delito es abuso sexual. Por la extrema indefensión de los infantes, y por una extendida creencia de que aún no han tenido tiempo para desarrollar la maldad, la sociedad invierte la carga de la prueba y exige al acusado, el adulto, que demuestre su inocencia. Y, en el caso de que lo haga, siempre mantiene una sombra de duda.

Ese es el cogollo de La caza, ambientada en una pequeña localidad nórdica. Vinterberg logra tensar al máximo el conflicto sin cruzar el límite del verismo. Evita el melodrama o la escabrosidad pero no se corta ante los brotes de violenta irracionalidad de los seres humanos. Hay un momento que parece que la historia derivará hacia la de filmes como La jauría humana, Perros de paja o (es improbable pero no descartable que la haya visto) la homónima de Carlos Saura. Sin embargo lo evita con un airoso final. En la realización evita ataduras Dogma sin perder el tono realista. En el reparto Mads Mikkelsen (destacado hace muy poco en Un asunto real) borda su papel, bien apoyado por el resto del elenco. La caza es un drama no extremo que invita a reflexionar sobre los peligros del exceso de sensibilidad en temas como la pederastia.