Y no por casualidad. La presente temporada de ópera que nos ofrece el Teatre Principal presenta estos días una primera producción de La Flauta Mágica de Mozart (primera, ya que la semana próxima presenta una segunda adaptada al público infantil) que nos llega desde el Teatro Villamarta de Jérez.

Padre e hijo. Pensada a modo de homenaje a una de las voces grandes del siglo XX y uno de los Papageno discográficos más emblemáticos (una de sus grabaciones es la que suena en la versión para marionetas que se puede ver en el Mozarteum de Salzburgo), Dietrich Fischer-Dieskau, el teatro ha invitado a su hijo Martin para dirigirla musicalmente. No hay que decir que el maestro conoce a la perfección cada detalle de la partitura (de hecho la dirige de memoria). No se le escapan notas, consigue un sonido orquestal precioso y muy equilibrado, dando el protagonismo a la orquesta cuando es necesario y pasándola al plano de acompañante cuando las voces así lo requieren. Un pero: los tempi. Demasiado lentos, cosa que resta dinamismo y, en algunos momentos, gracia, al espectáculo. En el apartado instrumental destacar el trabajo del flautista de nuestra orquesta, Pep Miralles; realmente su flauta es mágica.

Sobreagudos. Muy bien. Un nivel alto. Un promedio que supera el notable. De entre los roles principales, destacado el Papageno de Manel Esteve, aunque también muy bien Silvia Vázquez en la siempre esperada reina de la noche, Dolores Lahuerta como Pamina, David Sánchez en Sarastro y Sung Won Jin en el papel de Tamino, quien sin tener una voz muy potente cantó bonito.

Ninguno de los otros cantantes desmereció en ningún momento. Excelente el Monostatos de Antoni Aragón (divertido y musical), las tres damas, los dos oradores, así como los tres niños y Papagena, una Irene Mas a la que le espera un buen futuro en el mundo de la música.

Bosques y palacios. La noche oscura. Ese sería el calificativo para definir escénicamente el espectáculo. A esa Flauta Mágica le falta luz y color. Primero Ingmar Bergman con su película rodada en el Drotningholm Castle Theater de Estocolmo y después David Hockney como autor de los decorados para el festival de Glyndebourne, han marcado un antes y un después. A partir de ellos, con sus visiones ingenuas (Bergman) y afines al Pop Art (Hockney), el concepto escénico de La Flauta mágica ya no puede ser el mismo. El negro y el gris deben sustituirse por el color y la luz brillante. Y esa producción peca de falta de eso. Los decorados, oscuros y un tanto anacrónicos, igual que el vestuario (las damas parecían salidas de un Saloon del oeste, la peluca de la Reina de la noche imitaba la de Marge Simpson, los animales, ¿qué podemos decir de los animales? Mimosin y King Kong€). Tampoco ayudó la iluminación, que en ningún momento resultó efectiva.

De tú a tú. Interesante la idea de traducir los diálogos hablados, aunque, eso sí, mejor hubiera sido respetar el original y dejarse de licencias que nada aportan, al contrario, incluso pecan de ridículas.

*La Flauta Màgica

Temporada d´ópera

Teatre Principal de Palma

17/04/13