El cine español no sabe entregar unos premios pueblerinos sin equivocarse. El goya a la mejor canción, arrebatado desde el escenario por Blancanieves a Els nens salvatges, justifica la aversión del público hacia la marca España cinematográfica. La extraordinaria Concha Velasco y el inmarcesible José Sacristán, con un siglo y medio a sus espaldas, generaron más admiración que un colectivo de galanes de tres al cuarto y de actrices que no saben ni vestirse de gala. No merecen el encumbramiento al rango de bufones. El futuro es desolador, aunque la clamorosa ausencia de talento quedará camuflada por las estrecheces económicas que los premiados exhibían como masiva coartada. Todas las candidatas al Oscar a la mejor película extranjera se podrían haber rodado en España, pero ninguna lo fue.

Blancanieves es un ejercicio preciosista y tremendista, todo lo que el público rechaza en una película. De hecho, los espectadores han insistido en negarse a pagar por ella. Delicada orfebrería, pero no necesito volver a verla. En cambio, repasaría con gusto Grupo 7, injustamente postergada porque es la mejor producción anual de una industria depauperada. Lo imposible es una película extranjera.

Aunque tampoco ha sido rentable, Grupo 7 atrae espectadores a las salas de cine. En cambio, Blancanieves capta alumnos para las escuelas de cine. El vanidoso director de la película, justamente castigado con la omisión del goya a la dirección, ensalzó los cuentos para niños, pero su película tampoco ha cautivado a una infancia demasiado resabiada para tragarse un cóctel empalagoso de toros y flamenco. Ombliguismo cinematográfico, veneno para la taquilla administrado por una desvaída Maribel Verdú. De imagen del brazo inmobiliario del Banco Santander a madrina de los desahuciados al recoger su goya, todo es actuar. La madrastra de Charlize Theron era mil veces más creíble, porque la versión española llega después de dos películas de Hollywood sobre la madrastra, aplastada además por la frescura redentora de The Artist.

La exasperante gala osciló entre Blancanieves y La cinecienta. Arrancó con el monólogo más largo y tedioso de la historia, a cargo de Eva Hache. Ni Rajoy será mañana tan anodino, en el debate del malestar de la Nación. Transcurrida una hora interminable, sólo se había entregado un goya relevante. ¿Alguien confía en que los urdidores de de esta siesta monumental capturen al público cinematográfico, más exigente que el televisivo? Ya que premiaron a la excelsa Intocable, en ella pueden adquirir las nociones sobre la imprescindible dosificación de un espectáculo, aunque los doctos académicos cinematográficos consideran fascinante enlazar en prime time tres galardones a los cortometrajes, mientras sus presentadores dormitaban sobre el escenario. Las estatuillas con un mínimo de emoción son relegadas al horario de los trasnochadores o madrugadores. Y dado que todos los galardones incluyen a sus madres respectivas en los interminables agradecimientos, el tormento se aliviaría si sólo mencionaran a su progenitora quienes desean excluirla del mérito del premio.

Mar adentro obtuvo en su día catorce goyas, un dato que autoriza a desacreditar este premio para la eternidad. La imagen de actores, directores y técnicos lamiéndose las heridas cinecientas en público se erige en la peor publicidad del cine español. El domingo se asistió a una ceremonia fúnebre, sólo enmendada por el latigazo o salivazo de Corbacho a Wert, Ana Mato y la Infanta. Tres en uno.

El presidente de la Academia y exhibidor, todo un síntoma, presumió de las cifras ridículas que maneja el cine español, con lo cual estaba alentando su arrinconamiento sin penitencia electoral. Salvo la película extranjera Lo imposible, las producciones sintetizadas el domingo arrastran pérdidas. Si los millones de espectadores televisivos de la gala hubieran abonado el precio de una entrada, se habría superado la recaudación de las nominadas a mejor película en toda su trayectoria. Sin embargo, los televidentes invierten su dinero con más tiento, y cada español ve menos de tres películas autóctonas al año. Con esta precariedad, hablar de industria resulta ilusorio.

Conviene preocuparse cuando la sección más brillante de una gala cinematográfica son los acertados comentarios en off, la muleta del narrador omnisciente asociada a un recurso para malos cineastas. El filo de la navaja de Candela Peña homenajeó la postergación injusta de la excelente Una pistola en cada mano, que hubiera arrasado en Francia. La nominación masiva de la languideciente La artista y la modelo, para negarle después todos los galardones, sólo puede interpretarse como una prueba de la exigua cosecha anual de títulos. Una línea para hacer justicia al excelente debut del director de El cuerpo, que por tanto tampoco fue premiado. Y un recuerdo a la curiosa Invasor. En fin, enhorabuena a quienes se perdieron la gala de los goyas. La inmensa mayoría de ciudadanos no necesitan cuentos para dormirse.