Salvador Brotons, director. Pascual Martínez, clarinete. Obras de Leon, Copland, Beethoven y Brotons. 21/10/12. Teatre Principal

uando vi salir al escenario a Pascual Martínez, padre, las lágrimas no me dejaron contemplar la escena y decidí levantarme del asiento sin dejar de aplaudir. Otros siguieron mi propuesta y se levantaron también. El reconocimiento fue unánime.

El otro Pascual Martínez salió también al escenario para acompañar al padre y maestro en esos momentos intensos y emotivos. El Consorcio público bajo el amparo del cual está la Orquestra Simfònica de Balears había acordado homenajear a Pascual Martínez, en presencia del otro Pascual Martínez, llegado de Nueva York para actuar de solista en el Concierto para Clarinete y Cuerdas de Aaron Copland. Padre e hijo, abrazados sobre un escenario. Abrazos más allá de su casa, de la casa de los Martínez. No puedo más que expresar lo que muchos músicos y melómanos sentimos. Quiero hacerme eco del pensar mayoritario en la profesión: Pascual Martínez, padre, ha dejado huella en todos nosotros; en muchos huella musical, en otros huella también humana, que es la que más dura. Pascual Martínez, repito: padre, es uno de los grandes. No solamente de la música, sino del sentido común. Hombre equilibrado, tolerante, negociador. Siempre con la palabra justa y educada en los labios. Con sentido del humor, con ánimo, supo afrontar la coordinación de ensayos y libranzas en los primeros años de nuestra sinfónica ya profesional. Tiempos mágicos y llenos de ilusión. Pero también formó parte de la plantilla de la anterior orquesta Ciutat de Palma por ser miembro de la Banda Municipal, formación a la que volvió después de dejar la orquesta. Otros grupos musicales (la banda de música de Felanitx), también tuvieron el lujo de tenerle a su lado como director y amigo.

Pascual Martínez, hijo, es una consecuencia de los valores del otro Pascual Martínez. El padre supo ver el talento de su hijo y lo potenció; y así ha llegado donde ha llegado, a ser miembro de una de las instituciones musicales más cualificadas del mundo: la Filarmónica de Nueva York. ¡Casi nada! Pues esa antes joven promesa y hoy joven realidad nos ofreció una lección musicalidad y sonido puro como pocas veces hemos escuchado sobre un escenario. Pura delicia su Copland y más, si cabe, el bis de Piazzola.

Poco espacio queda para elogiar al resto: muy acertada la dirección de Brotons, así como muy interesantes sus armonizaciones (Nadales catalanes) y las de David León (Càntics nadalencs) sobre villancicos. Un emotivo y acertado reconocimiento.

Simfònica de Balears

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