La revista Science ha sacado su lista de todos los meses de diciembre en la que se da cuenta de cuáles han sido los trabajos científicos más importantes del año. En 2012, como no podía ser menos, la matricula de honor corresponde al hallazgo del bosón de Higgs, esa partícula tan fundamental como elusiva, en el gran colisionador de hadrones de Ginebra. Pero figura en segundo lugar el método de recuperación de DNA antiguo a partir de los restos fósiles que ha permitido obtener el código genético casi completo de un ancestro humano procedente de Denisova -montañas Altai, sudoeste de Siberia- que vivió hace más de 70.000 años. Matthias Meyer, investigador postdoc del instituto Max Planck de Antropología en Leipzig (Alemania), fue quien imaginó y puso a punto la técnica. Vaya lección para nuestros ministros, que llevan a las universidades españolas a que tengan que poner en la calle a quienes gozan (es un decir) de un contrato postdoctoral manteniendo a la vez un tejido de catedráticos que hace agua por su anquilosamiento e inutilidad en no pocos casos. Así nos van las cosas.

Pero volvamos al DNA fósil, que no es por supuesto fósil pero sí muy antiguo. Como el deterioro de esa molécula es muy rápido tras la muerte del organismo, recuperar el material genético de especies extinguidas resultaba hasta hace poco una quimera. En el sentido estricto del término, porque lo que se obtenía era, sobre todo, contaminaciones procedentes del DNA bacteriano o de quienes manipulaban las muestras. El resto, el auténtico DNA presente aún en el fósil, estaba fragmentado en apenas unas briznas minúsculas de la cadena de nucleótidos. Pero Matthias Meyer logró poner entre paréntesis, por así decirlo, esos fragmentos diminutos añadiéndoles unas secuencias de inicio y fin y, a partir de ahí, poder ir recomponiendo trozos más grandes hasta conseguir reunir la casi totalidad del genoma del ejemplar de Denisova a partir de una muestra tan pequeña como 6 milígramos de hueso.

Tras analizar el DNA obtenido, hemos averiguado muchas cosas del ejemplar. Por ejemplo, que se trataba de una mujer. Y que cerca de un 3% de su material genético ha sido heredado por las poblaciones humanas que viven en el sudeste asiático, cosa que implica que nuestros antecesores se mezclaron con la población de Denisova o con alguna otra equivalente. Todo eso sin disponer siquiera del mínimo de material fósil que nos permita dar una descripción morfológica detallando, por ejemplo, si esa mujer comparte características con los neandertales o se parece más a los últimos Homo erectus. No cabe, pues, definir una especie porque las reglas de la taxonomía obligan a indicar un ejemplar-tipo. Así que llamamos "denisovanos" a esos ancestros que no sabemos cómo eran pero de los que tenemos su DNA. Gracias a un contratado postdoctoral de un país en el que los ministros son inteligentes.