Profundizar en los orígenes es descubrir que éstos nunca están claros. Si hablamos de los de la Humanidad actual, ciertas novedades paleontológicas contribuyen a desmentir la visión lineal, la sucesión ordenada y clara con que los manuales escolares dibujan la evolución. Meave Leakey, una de las grandes de paleoantropología, ha venido a ratificar con un artículo en la revista Nature que el árbol genealógico humano es cada vez más intrincado, que la evolución escribe con líneas torcidas y que junto a nuestro antepasado el Homo erectus convivieron otras dos especies cuyo vínculo con la nuestra está por definir.

El artículo de Leakey intenta despejar una de las grandes cuestiones de la paleoantropología, abierta desde los años setenta del siglo pasado y en la que se dilucidan los límites del género Homo, que agrupa a una variedad de especies ya extintas y de las que sólo sobrevive la nuestra, la sapiens. La extraordinaria riqueza y variedad de los hallazgos en el yacimiento de Koobi Fora, en Kenia, muy cerca del lago Turkana, abrieron una controversia científica todavía no resuelta. En el lado más radical del debate se situaron quienes, con un uso estricto de la "navaja de Occam", la idea de que la Naturaleza siempre elige el camino más simple, y al amparo de toda una autoridad en el mundo de la biología como Ernst Mayr, sostenían que todos lo homínidos de Koobi Fora pertenecían a la misma especie. Los convencidos de que la vida no se deja encasillar con facilidad en esquemas tan simples adoptaron posiciones más graduales, que asignaban los fósiles a especies distintas, en muchos casos de condición problemática.

De Koobi Fora proceden los fósiles €un esqueleto facial y dos mandíbulas, una de ellas fragmentada, hallados en 2007 y 2009€ de los que Meave Leakey, directora del departamento de Paleontología del Museo Nacional de Kenia, da cuenta en su artículo más reciente. Ése es, podríamos decir, un terreno de la familia sobre el que han asentado sus posiciones científicas. En el mismo yacimiento, Richard Leakey, el marido de Meave, encontró en 1972 un cráneo que está en el centro de esa gran controversia científica, de muy difícil encaje en la clasificación paleontológica y que quedó sin asignar a una especie aunque vinculado al género Homo. Ahora el rompecabezas encaja y Meave Leakey propone que ese cráneo y sus fósiles consolidan la especie Homo rudolfensis, que hace en torno a dos millones de años habría convivido con el Homo erectus, nuestro ancestro indiscutible, al menos por ahora. Coetáneo de ambos sería el Homo habilis, grupo también problemático, pero al que Meave Leakey ratifica con entidad propia frente a quienes defienden que las diferencias entre rudolfensis y habilis responden sólo a un dimorfismo sexual, es decir que son el macho y la hembra de la misma especie. El artículo establece que se puede "separar la colección de fósiles que no son de Homo erectus en dos grupos con características claramente diferenciadas".

La base del árbol se hace así más intrincada y con raíces dudosas porque la confirmación de esas dos especies no despeja, sin embargo, nuestro vínculo con ellas. Desconocemos si el erectus procede de alguna de las dos o si, como apuntan algunos expertos, el futuro nos deparará un nuevo ancestro. Mientras tanto podemos quedarnos con la idea de Richard Leakey de que "el primer humano fue simplemente un simio bípedo".