No fue "una noche perra", como dice en una de sus canciones, al contrario, Concha Buika regaló el pasado jueves un saco de sonrisas cargado de confesiones, en un concierto íntimo, muy cercano, ante su "tribu", que es como ella llama a los suyos. Hubo gritos, cantos y lágrimas, por el dolor que produce el amor y por la alegría de superarlo. "Ya me he levantado", reconoció la guerrillera de la copla, el jazz o el flamenco, lo que le echen, a la que "no hace mucho" le dejó su chico. "Muerto el rey, viva la reina", soltó entre carcajadas.

El lugar elegido para el único recital de Buika en la isla este verano era Muro. El cambio de emplazamiento, al final, fue acertado. La plaza de toros hubiera resultado demasiado grande para tan pocos espectadores. Acudieron unos 250, que llenaron una cuarta parte del aforo del patio de la escuela sa Graduada. Buen sonido y cuidado escenario, pero suspenso en cuanto a poder de convocatoria.

Del susto inicial a la seguridad

Eso sí, los que estaban disfrutaron con "una noche especial". Palabra de la protagonista: "Venía muy asustada. Es más fácil cantar en el Carnegie Hall de Nueva York que aquí". En primera fila, mamá Buika no le quitaba ojo, y como ella, su hijo, sus hermanos, su familia, "la gente que me ha visto mentir, decir la verdad, equivocarme, querer, en definitiva, la peña que lo sabe todo de mí, la gente a la que quiero".

Gritos. Los hubo, y muchos. De sus fans, entre ellos una joven que a pie de escenario no dejaba de recordarle "te queremos"; y de Buika, en clave de quejío, con orgullo, agudos, tiernos, guturales... un juego entre la improvisación y el desgarro de una artista que suda sentimientos.

Cantos. Con uno desesperado abrió el recital, en el que no faltaron clásicos de su repertorio como Mi niña Lola, el primero, y no el único, en el que brilló toda su banda, en especial Iván ´Melón´ Lewis, un pianista tremendo. Toni Cuenca, al bajo, fotografiado en acción por la misma Buika, que se lo pasó pipa durante toda la noche, y Ramón Porriña al cajón, también demostraron su clase.

Lágrimas. "Hablando no soy valiente, pero cantando no le tengo miedo ni a la muerte", advirtió la última chica Almodóvar, un portento vocal que se crece ante las adversidades, aunque le roben las llaves de su corazón. Cuánta entrega y cuánto corazón pone en cada nota, en cada acento, en cada expresión. "El último trago y el último amor son lo mismo, solo sirven para pedir otro", recordó a todas "las jodidas pero contentas" que la escuchaban.

No habrá nadie en el mundo, Ne me quitte pas –tema que escogió del rico legado de Jacques Brel– y Duele el amor triunfaron en una velada que parecía no tener fin. "¡Ay, qué difícil es acabar una noche cuando está rica!", reconoció a las dos horas de actuación, a la que decidió poner fin en bon mallorquí, únicamente arropada por el piano, el instrumento que nunca falla a la hora de probar una canción.

"Ara que he descobert que ets un covard, ara que es teu olor és una mentida, ara que s´angoixa se´n va darrera tu caminant, et dic adéu", entonó en el único bis.