El Consell acaba de anunciar una decena de despidos en el Teatre Principal. Una medida que esconde desde mi punto de vista otra intención: politizar aún más el teatro. Pero ojo, no todos los puntos contemplados en el informe presentado por Margalida Moner y Joan Rotger son negativos, algunos pintan bien, por ejemplo la potenciación de las coproducciones con empresas de aquí. Eso sí, habrá que ver cómo se aplican y concretan. Antes de argumentar por qué veo detrás de la anunciada reestructuración una maniobra de politización de la sala, quiero plantear algunas consideraciones.

En primer lugar, el "fracaso" del Teatre Principal es una metáfora del fracaso de lo público. Pero no porque lo público sea malo per se, que no lo es, sino por una gestión y administración de los recursos inflexible y en ocasiones despegada de la realidad. Es decir, en lo del Principal, no hay nada demasiado especial: dinero público que se ha ido por el sumidero. Tanto antes como ahora. En la sala no siempre se han concentrado los esfuerzos en captar más y nuevos públicos, o en hacer girar las obras de producción propia para agrandar la cuenta de los ingresos. Y esto no es culpa de los trabajadores, sino de los que mandan. Cuando antes se tenía un buen presupuesto, todos estos aspectos comentados eran muy secundarios. Se tiraba del carrete de lo público, y santas pascuas. Que quiero un gran montaje, llamen a tramoyistas y diseñadores, que aquí se quedará boquiabierto hasta el emperador. Pero no calculaban si el emperador y su séquito iban a comparecer o no. Al final casi nunca lo hacían. Piensen en ello, el Principal nunca ha contado con un departamento dedicado a las giras de las obras de sello propio (también me refiero a las coproducciones) para sacarles jugo y promocionarlas. ¿Cómo es posible que fuera así cuando en algunas funciones sólo estaban en platea los críticos del ramo y cuatro gatos más? ¿Y por qué es tan corta la vida de una obra en el cartel del Principal? A mí todo esto me obliga a pensar en lo siguiente: mientras había fondos en el cajón y el Consell pagaba los agujeros, aquí no pasaba nada.

Dos: ¿por qué digo que tras estos despidos hay una maniobra de politización? Muy sencillo. Si echo a diez técnicos y en su lugar contrato a dos cargos de confianza de alta dirección (siempre muy bien pagados), ¿qué sucede? Pues que al gestor-político se le allana el camino y se le lamen los zapatos. Y de paso, hace un buen trabajo para el partido. Moner se rodeará de un director artístico y de un adjunto a la dirección presumiblemente cercanos ideológicamente. Este despilfarro con cargo al erario público para pagar los emolumentos de dos directivos más no sería necesario (que no lo es) si la señora gerente tuviera la formación académica y la experiencia adecuadas para ocupar la poltrona que le ha tocado. Por otra parte, en lugar de despedir, ¿no podría este personal dar cobertura a las arruinadas salas de la part forana para evitar sobrecostes y que dichos teatros puedan programar más?

Conclusión: basta ya de poner a directores gerentes con carné político. Instauren el concurso de méritos.

Y por último: ¿había que contratar a una empresa externa para que elaborara un informe de gestión que debería haber redactado la propia gerente? ¿No es esa su función? En fin, miles de euros públicos han servido para pagar un escudo y un aval de los planes de la señora Moner: recortar la plantilla y colocar a gente afín. Es decir, politizar más el teatro.