Me habían hablado tan bien de L.A. que pensaba que me encontraría a un cantautor de delicioso pop rock para minorías selectas. Y la primera vez que le vi (en la Sala Assaig hace justo un año) digerí mal sus canciones por culpa de ese prejuicio. Me pareció todo manido, tópico y que se había hecho hasta la saciedad. ¿Por qué la gente estaba tan entregada ante tanta obviedad?

Luego lo entendí: la banda quiere llegar al gran público. Ésa es su intención, y la cumple con excelencia. Un objetivo irreprochable porque no hay nada malo en ello, hasta el momento que pretendes aportar algo más propio y personal al mundo de la música. Ahí es cuando todos sacamos la lupa para analizar el secreto de una banda. Y de momento, en estos mallorquines no hay secreto, sino fórmula de pop rock comercial punteada con estupendas melodías y producción exquisita.

El concierto del viernes por la noche, de nuevo en la Assaig, volvió a ser un hervidero de fans de L.A., que eligió Palma para despedir la gira Heavenly Hell, una concesión a su ciudad natal. La banda salvó los muebles, con notable, pero me pareció menos exigente que la vez anterior. ¿Más relajados al ser la última actuación? Es posible. El hecho de que el respetable batiera palmas y cantara desde el minuto cero Hands creo que tampoco ayudó al calentamiento natural del concierto. Pese a ello, me gustó en general la actitud de los músicos, sobre todo la del guitarrista Pep Mulet, que se lo pasó francamente bien, sin desmadrarse, como esperaba su público, de perfil acomodaticio y acostumbrado a los tratados de pop de pincelada electroacústica que tanto podrían acompañar a un anuncio de televisión, como a una escena bonita en una película (Tres metros sobre el cielo) o al trayecto en coche del trabajo a casa. Nada de tristezas devastadoras o letras ampulosas que nos hagan pensar demasiado. Heavenly Hell está en un contundente bosque luminoso de fácil digestión. L.A. no es pretencioso, eso siempre está bien, pero a veces cae en exceso en la inocuidad: Stop the Clocks se ha convertido en himno de las entusiastas veinteañeras de la guapeza poligonera de Mario Casas. Y eso sí da un poco de pereza. Como sus móviles con cámara, haciendo de comparsa en la Assaig a tan inocente melodía.

Por contra, el tema más agridulce y con más matices de la actuación del viernes fue una versión de Wicked Game de Chris Isaak, eficaz, con el intimismo épico al que aspira Luis Alberto, el cantante, y con más tirón que Girls Just Wanna Have Fun de Cindy Lauper. Para mí sobró comodidad y un poco de actitud almibarada en algunas interpretaciones (en las tranquilitas el público se iba flechado a pedir a la barra), pero se compensó con los humos discotequeros de Evening Love. Qué para parapapara en espiral más agradecido. L.A. a veces es loable, a pesar de sus concesiones al sonido mainstream y de su miedo a la desmesura.

Un apunte artístico: el próximo 27 de enero Es Baluard presentará una retrospectiva de la Premio Nacional de Artes Plásticas Esther Ferrer (San Sebastián, 1937). La muestra, En cuatro movimientos, está organizada por Artium y Acción Cultural Española, y la coproducen el museo palmesano y el Centro Galego de Arte Contemporánea (CGAC). Ya que la exposición sólo supondrá gastos de montaje a Es Baluard, esperemos que la comisión ejecutiva apruebe el pago de una performance que completa la muestra. Ver actuar en directo a Ferrer es capital para comprender su obra, pues está considerada como la pionera del arte performativo en España.